La supervivencia de una relación de pareja en el ambiente del tango es todo un desafío que cada uno -o cada dos- intenta sobrellevar de diversas maneras. Algunos eligen actuar como desconocidos, otros sólo bailan entre ellos, aislados del resto; están los que se juntan con otras parejas y también quienes desaparecen del circuito mientras dura la relación y retornan cuando vuelven a estar solos.
Él se sentó solo en un rincón y, cual un cazador solitario, eligió con tranquilidad cada mujer que invitó a bailar, a las cuales conversó, galanteó, acompañó hasta la mesa y quizás entregó con disimulo una tarjeta personal o intercambió teléfonos o correos. Ella compartió una mesa con amigas, sobre el borde de la pista; bailó cuanto quiso porque en toda tanda algún caballero la cabeceó, cosechó piropos, halagos, invitaciones y otras propuestas. Ambos bailaron juntos sólo dos tandas en toda la noche -una de ellas, la última- y poco antes del amanecer, con disimulo aunque para sorpresa de algunos, partieron juntos, porque llevaban más de un año en pareja.
Es el caso de quienes tienen un relación en la milonga, pero quieren seguir sintiendo que cada tango es una seducción de tres minutos y no un mero baile en el que sólo vibra el cuerpo. Ejercen la seducción y hasta siembran ilusiones en desconocidos durante cada tanda a lo largo de las noches milongueras. Luego, como quien exhibe figuritas, se contarán anécdotas que olvidarán al salir el sol y tendrán el resto del día para su propio placer conjunto.
No podrían disfrutar esas situaciones si compartieran una mesa y evidenciaran su relación, porque se lo impedirían los tradicionales códigos del tango, tan vigentes en Buenos Aires, según los cuales no se invita a una mujer que está acompañada en la mesa por un solo hombre y las damas no miran proponiendo el cabeceo de un señor que se sabe que está en pareja (Ver recuadro “En carne propia”).
Esta forma de sobrellevar la vida en pareja y la milonga requiere un alto nivel de seguridad y confianza, ya que no hay espacio para los celos. Cuando alguno de los dos comienza a controlar al otro y hacer preguntas sobre cuántas tandas bailó con la misma persona, si conversó mucho tiempo entre un tango y otro o después de la tanda y si la charla siguió en la mesa, el sistema habrá fracasado o, en el peor de los casos, habrá fracasado la pareja.
Otros prefieren permanecer juntos desde que llegan a la milonga hasta que se van y bailar sólo entre ellos. Nunca él cabeceará a otra mujer ni ella buscará la mirada de otro hombre para ir a la pista y muy pronto el resto de los concurrentes, como un acto reflejo colectivo, también los ignorará. Este sistema es más simple y claro, y si alguno rompiera esas reglas podría ser motivo de ruptura o, al menos, de un grave deterioro de la relación.
Estas parejas generalmente están solas o acompañadas por otros en situación similar. Si la relación se termina, cada uno volverá a ser uno más de los tantos “solos y solas” de las milongas -que son mayoría-, y se sentará solo o con otros grupos, hasta que un día formará nuevamente pareja y volverá a aislarse del resto.
Están también quienes buscan un supuesto equilibrio entre la relación de pareja y la posibilidad de compartir esta sensual danza con otro. Llegan juntos y se sientan a la misma mesa, pero no solos sino que se rodean de amigos y se alternan bailando con gente del grupo. El ambiente que conforman se asemeja más a una picnic o una fiesta familiar que a una milonga, ya que todos se conocen y no existe el juego de miradas previo al baile ni la seducción ni los mensajes tácitos entre desconocidos que caracteriza a este ambiente.
El inicio de una relación de pareja puede generar bajas en la milonga, ya que hay muchos que desaparecen del circuito al entrar en esa situación. Algunos lo hacen porque están con alguien ajeno a la milonga que no tolera que su pareja se interne en el noche en un ambiente tan sórdido como misterioso y camine pegada al pecho y la cara a otra persona en tandas de casi un cuarto de hora, o quizás porque es sólo alguien absorbente que no le deja tiempo para bailar. Si los dos son del ambiente y al menos uno es muy celoso y no quiere que el otro siga bailando, es posible que ambos dejen de frecuentar las pistas.
Otros que desaparecen al ponerse de novios son los que comenzaron a bailar tango sólo para acabar con su soledad. La mayoría de éstos son principiantes a quienes las sensaciones que flotan en la milonga no llegaron a embrujarlos y para quienes el tango no fue más que una herramienta para involucrarse con alguien, y una vez logrado ese objetivo deciden alejarse. Pero también desaparecen los que viven profundamente la seducción en el tango y, cuando forman pareja sienten que bailar sin seducir, sin comprometer esa pasión durante una tanda puede ser algo vacío y fútil, como fumar sin tragar el humo, una traición a los principios de la milonga, y por lo tanto prefieren dejar de hacerlo, aunque luego viven en la nostalgia de quien perdió un amigo o al amor de su vida.
También hay encuentros pasionales que duran una o dos noches, que son muchos menos conflictivos, relaciones esporádicas y hasta eventuales, con otras características, por lo que quedan afuera de este artículo, que trata de las situaciones en pareja.
La milonga, se dice, es un viaje de ida, no hay boleto de regreso. Por eso, salvo pocas excepciones, todos los enamorados que desaparecen del ambiente, cuando se acaba el romance vuelven a la vieja pasión. Allí estará su grupo de amigos que lo recibirá con una sonrisa comprensiva y hará un lugar para que vuelva a colocar la silla en torno a una mesa, sin hacer preguntas, como corresponde al discreto ambiente milonguero. También es seguro que habrá una persona desconocida, o no tanto, esperándolo para compartir una seducción de tres minutos, de una temporada o para toda la vida.-
(Recuadro)
“EN CARNE PROPIA”
En muchas milongas que mantienen los códigos del tango, uno de los que conserva más vigencia es el de no bailar con alguien en pareja –lo que veda el cabeceo masculino o la mirada insinuante de la mujer-, algo que vivió este corresponsal “en carne propia”, como dice el tango homónimo, una noche que acompañó a una amiga extranjera a conocer una milonga porteña y cometió el “error” de ingresar con ella y compartir una mesa a solas.
Fue en la milonga de los martes de la calle Riobamba, que recién comenzaba cuando llegó con la belga Therèse, quien por primera vez visitaba la capital Argentina y un local de tango. Había poca gente y todos los vieron entrar y caminar por el borde de la pista hasta el sector destinado a parejas, guiados por el organizador Osvaldo.
Luego de explicarle y describirle algunos detalles de la milonga a su amiga, le anunció con suficiencia que sacaría a bailar a alguna de las tantas mujeres solas que había esa noche, con varias de las cuales ya se había abrazado otras veces.
Caminó por el borde de la pista, esperando la habitual mirada oferente con que la mujer pide al hombre que la cabecee, pero las damas parecían ignorarlo. Recorrió todo el salón hasta completar una vuelta y retornó a su mesa sin lograr su cometido. Confundido, esperó otra tanda, pero la frustrante situación se repitió.
Sospechó que el motivo de la indiferencia femenina era la presencia de su amiga, entonces le avisó que se quedaría en la barra, desde donde muchos hombres solos invitan a las mujeres. Estuvo allí otra tanda, pero ellas seguían sin mirarlo. Entonces entraron más damas y cuando una de éstas, desde su asiento, le hizo llegar la mirada, la cabeceó y tuvo el debut de esa noche y la visitante belga lo vio bailar.
Después de esa tanda, otras mujeres comenzaron a mirarlo, aún las que al principio lo ignoraban y la situación volvió a la normalidad de cualquier noche de milonga.
Todo estuvo claro: Las mujeres que estaban desde temprano lo vieron llegar acompañado y supusieron que Therèse era su pareja, por lo tanto -como luego le confesó una de ellas- no lo tendrían en cuenta para bailar y ni siquiera lo miraron aunque lo conocían y habían bailado con él incontables tangos.
Luego, cuando observaron que él se alejó de la mesa y permaneció sentado a la barra y -además de no bailar con su presunta pareja- invitó a una desconocida, les quedó claro que el hombre, aunque llegó acompañado, estaba tan solo y disponible para milonguear como cualquier otra noche.-
Por Gustavo Espeche Ortiz
Publicado en la revista "La Cadena", de Holanda, especializada en Tango