lunes, 18 de julio de 2011

EL TANGO REPRESENTÓ A ARGENTINA EN LOS FESTIVALES DE VERANO DE DANZAS TÍPICAS EN ITALIA



Un grupo de tango de la Patagonia me invitó hace unos años a sumarme a una gira de dos meses por Italia, por falta de uno de sus titulares. Nunca diría que fui bailarín profesional de tango siquiera por un rato -aunque eso garparía en las milongas- sino que sólo compartí una gira con profesionales para vivir la experiencia desde adentro. Habíamos acordado que sólo bailaría milonguero, ya que no me gusta el tango espectáculo ni lo sé bailar, pero las circunstancias me obligaron a aprender y bailar varias coreografías, entre ellas una para "Libertango", que estaba de moda en Europa y lo bailábamos todos los días, a veces repetido. Ahora, cada vez que oigo su característico "pará papárapara..." quiero taparme los oídos. 
Para ir, tomé unas vacaciones extras en Télam y al volver habían cambiado las autoridades. Uno de los nuevos jefes me conocía y, enterado de la caradurez que me había mandado, me dijo "escribite una nota contando todo eso". Así surgió este artículo.

El tango estuvo presente en los festivales de verano de Italia, junto a otras danzas típicas de América, Europa y Asia, donde se destacó no sólo como expresión artística por la aceptación del público y el interés que despertó aún en bailarines de otros países, sino también como reflejo de una cultura.
Los festivales comenzaron en forma simultánea en numerosos pueblos y durante las dos primeras semanas Argentina era representada por sólo los músicos del grupo "Petrotango", nombre que para los italianos era algo así como "Tango de piedra", pero en realidad se refiere a su ciudad de origen, Comodoro Rivadavia, capital argentina del petróleo.
La primera pareja de bailarines de Argentina llegó cuando la compañía estaba en el festival de Castiglione del Lago, en Peruggia, pero después de viajar en medio día desde el invierno porteño a uno de los veranos más calurosos de Europa en las últimas décadas, no actuó esa noche sino que se dedicó a aclimatarse y ensayar tras la cena, mientras se desarrollaba la función en el centro del pueblo. Practicaban en un estrecho pasillo junto a las escaleras del hospedaje común, hasta avanzada la madrugada, en un horario increíble para los otros participantes, para quienes la noche -o la trasnoche- es sólo para descansar,  y entonces los miraban asombrados al regresar de la función rumbo a sus dormitorios.
Nacida en un país de inmigrantes que concentra la tercera comunidad itálica del mundo, con muchos de ellos entre sus más reconocidos creadores e intérpretes, la danza porteña -aunque representada por una compañía patagónica- jugaba casi de local en cualquier rincón de la península.
Quizás por esos antecedentes, el tango sorprendía o resultaba más extraño a los otros grupos musicales invitados que al público italiano, que lo conoce desde sus inicios y entiende su esencia, y por eso no resultó raro que la argentina fuera la única compañía extranjera que incluyó bailarines locales.
Al día siguiente de ese ensayo nocturno, muchos comentaban sobre el hombre y la mujer que en la madrugada, con música casi inaudible, se abrazaban muy juntos, rozaban sus piernas, brazos y caras, caminaban y giraban como un solo cuerpo, se despegaban, se miraban desafiantes y ansiosos y volvían a unirse para culminar en una caída controlada o un deslizamiento que parecía fundirlos.
El próximo ensayo, en un caluroso mediodía, fue con los músicos, y entonces por todo el predio se corrió la voz: "Hay argentinos bailando tango". Pronto, el lugar donde la pareja en pantalones cortos y musculosas ajustaba sus movimientos con la banda, se llenó de curiosos de diversos países, que tomaban fotos y filmaban cada paso y cada figura, como si no fuese un ensayo que se interrumpía por momentos y recomenzaba, sino una función, y hasta les brindaban un cerrado aplauso al final de cada tango.
Con amigos de Colombia, Sry Lanka y Paraguay
Los latinoamericanos ya conocía el tango, pero serbios, rusos, mongoles, letones o chechenos miraban con asombro a ambos y tras el ensayo hasta los seguían intrigados, como para entender qué había sucedido entre ellos en cada tango y que podía ocurrir después. Algunos de los que hablaban castellano, durante el almuerzo se acercaron a compartir la mesa con los argentinos.
Con el correr de días y pueblos -de Calabria, Abruzzo, Sicilia, Friuli y Roma, entre otras regiones- donde se compartía escenarios con variados países, en algunos casos con reencuentros, nació una camaradería con pocos idiomas en común y un gran lenguaje de gestos. Percusionistas, tecladistas o guitarristas de distintos países se prestaban sus a veces "sagrados" instrumentos y tocaban juntos en los ratos libres. 
Los ballets, en cambio, se limitaban a lo suyo, con disciplina, concentrados y desentendidos de los otros, aunque finalizados los ensayos y funciones el lugar común para muchos era intentar algunos pasos de tango con los argentinos. Esto ocurría generalmente luego de la cena, cuando los músicos de diversas compañías alegraban la sobremesa con sus ritmos, pero a medida que la mayoría se retiraba a los dormitorios sólo los acordes del tango persistían para cerrar la noche. 
Los únicos que trasnochaban junto a los argentinos eran los polacos, acompañando con sus violines, acordeones y una increíble cantidad de vodka que cargaron en el ómnibus que los trasladó desde su país. La fiesta seguía a veces tan tarde, que los trasnochadores se cruzaban con los primeros en levantarse cuando iban por su desayuno o desayunaban junto a ellos antes de ir a dormir ya con el sol.
Isaías, director de la compañía colombiana, comentaba que "las danzas latinoamericanas son siempre más sensuales que las europeas; en éstas prevalecen la acrobacia o la destreza en escenas marciales, por su tradición guerrera, pero cuando muestran una relación de pareja se vuelven más cortesanas y distantes".
Rusos de altas botas daban saltos espectaculares, mongoles con arcos y flechas entraban amenazantes al escenario, serbios cubiertos con pieles manifestaban la antigua vida rural de su pueblo, morenos semidesnudos de Sry Lanka lanzaban fuego por la boca y los chechenos se batían a duelo de espadas que lanzaban chispas en la noche.
Los latinoamericanos movían caderas, pelvis y hombros en escenas de procesiones y ritos paganos o imitaban a las fieras, en danzas de origen africano. Los tangueros desplazaban suavemente su peso, con los pies a ras del piso, mezclando el aliento en llamativas pausas y sentadas, apurando alguna corrida  o giro con un sobrepaso y enredando las piernas en "sanguchitos", "sacadas" y "ganchos".
La coreógrafa de Polonia, Margarita Mitrenka, confesó que la primera vez que los vio "no me gustó, no veía gran destreza física ni coreografías exigentes y además cada pareja bailaba un mismo tema de manera distinta a las otras; y al día siguiente, el mismo tango lo bailaban con pasos y figuras diferentes. Me parecía indisciplinado, como que cada uno hacía lo que quería".
Cuando a su mirada profesional le agregó corazón entendió este baile que la intrigaba: "ustedes no bailaban una danza, se estaban seduciendo en el escenario, es magnífico hacer eso siguiendo la música; ahora veo porqué ensayan tan poco, si es algo natural", comentó entre asombrada y maravillada.
En el desfile inaugural que recorría cada pueblo, los grupos iban con sus ropas tradicionales. Ahí, los tangueros se destacaban pero por poco originales: sin plumas, pieles ni coloridas telas artesanales, eran los únicos vestidos "a la europea", con trajes oscuros en los que sólo resultaban llamativos algún lengue, un funyi o los zapatos bicolores. Una policía de Corropoli comentó divertida que cuando veía a esos hombres de negro y con anteojos oscuros, con paso firme y sacando pecho, pensaba en un grupo mafioso que llegaba para ajustar cuentas con alguno de pueblo.
También la misa con que se bendecía cada festival marcaba una diferencia, casi un problema, para las tangueras, ya que se debía asistir con ropas típicas, pero las ropas femeninas típicas del tango eran más dignas de un cabaré que de una iglesia. Entonces iban al templo con tacos altos, llamativos vestidos rojos o negros con tajos pronunciados, amplios escotes, brillos, flecos y medias de red, y aunque cubrían sus hombros no se salvaban de la severa mirada de devotos y de señoras que estiraban sus cuellos para verlas de arriba a abajo.
Bailes y atuendos de países de una misma región variaban con el paso de las fronteras pero resultaban parecidos en esa transición, como rusos, letones, polacos y serbios; peruanos, ecuatorianos y colombianos, o españoles y portugueses, pero el tango también en ese aspecto estaba solitario; era distintos a todo, ya que no se asemejaba a sus vecinos latinoamericanos ni a sus ancestros europeos. Sus raíces, muy cortas en el tiempo aunque lejanas y variadas en el espacio, lo hacen totalmente diferente aún de los bailes de las provincias argentinas.
La danza más joven de esos festivales, nacida en los suburbios y conventillos, fuera de templos y cuarteles, representaba sin embargo algo mucho más antiguo -y hasta superior- a las guerras, religiones y costumbres que mostraban los otros bailes típicos:  los sentimientos entre un hombre y una mujer.
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(Recuadro)
UNA COMPAÑÍA PATAGÓNICA FUE INVITADA A LOS FESTIVALES


Los Festivales de Verano de Italia se desarrollan en forma simultánea en pueblos de provincias de todas sus regiones, coordinados por la Confederación Internacional de Organizaciones de Festivales Folclóricos (CIOFF). 
Los municipios sede se encargan de la infraestructura para los espectáculos y alojamiento  -generalmente en escuelas o universidades convertidas en hospedajes-, alimentación, mantenimiento, limpieza y seguridad, mientras la CIOFF selecciona las compañías extranjeras a invitar cada año.  Cada compañía actúa en una media docena de festivales, junto a otros cuatro o cinco países -además de un grupo italiano de la ciudad anfitriona-, a los que puede volver a encontrar en siguientes festivales. 
En esta oportunidad, la mayoría de las compañías invitadas fueron de América Latina y Europa del este, aunque también hubo representantes de Asia y de Portugal y España.
 La CIOFF tiene delegaciones en todo el mundo y este año invitó a la compañía argentina "Petrotango", dirigida por el guitarrista de Comodoro Rivadavia Guillermo Terraza e integrada mayormente por patagónicos, aunque fue la única que luego incorporó bailarines de tango de  Italia.
Entre los grupos con los cuales Argentina compartió escenarios figuraron ballets de Colombia, Paraguay, Ecuador, México, Chile, España, Portugal, Letonia, Serbia, Montenegro, Rusia, Sry Lanka, Polonia y las repúblicas rusas de Chechenia y Kalmykia.



Por Gustavo Espeche Ortiz
Publicado en la Agencia de Noticias Télam

viernes, 8 de julio de 2011

POBRE AGUSTÍN - Cuento


POBRE AGUSTÍN

Rocío parecía dormida cuando la deslicé por la ventana. Unos segundos después yo también me desmayaba sobre el césped, para despertar en la ambulancia poco más tarde, mucho antes que ella, que despertó en el hospital, donde alguien le contó sobre Agustín, pobre. Desde entonces nada pudimos reconstruir, ni siquiera el chalé o las pinturas, que hubiera sido lo más fácil. 

Ahora, el doctor Morales dice que por el momento lo mejor es decirle que sí y darle la razón en todo y esperar, que en algún momento el tratamiento puede empezar a dar resultados. Pero él no sabe lo que es estar de este lado y tener que fingir, como una rutina, que cada uno de nosotros es lo que ella supone. Para él es simple: Me pide que imagine qué sucedería en mi cabeza si la situación fuese a la inversa, qué sentiría yo si de repente me dijeran que yo no soy quien creo ser, que no soy quien yo sé que soy y que quienes me rodean tampoco son lo que yo pienso. "Si usted fuera el afectado, el confundido, el que sufrió el shock ¿eh? haga la prueba y entenderá por qué es mejor avanzar de a poco y por el momento contenerla. Haga como el resto de la familia, que lo hace muy bien". Muy fácil para ellos mantener estable la relación con Rocío. Mamá la trata como si fuera su hija, con total naturalidad, y a Alicia le es más fácil aún comportarse como si estuviera con su hermana menor y no su cuñada, pero yo no puedo seguir fingiendo que soy su hermano Agustín, pobre; yo soy el marido, yo la amo como mujer, no como hermana, yo necesito su mirada apasionada, sus brazos, su piel y su calor por las noches.

A mi cada vez me cuesta más contenerme cuando me dice "hasta mañana Agustín, que duermas bien", y sólo lo hago por la mirada preocupada y suplicante de mamá. Morales es licenciado y doctor y tiene muchos años de estudios y de carrera, pero a veces pienso que lo mejor sería seguirla al dormitorio, abrazarla con fuerza y suavidad otra vez hasta sentir crujir sus huesos y acariciarla nuevamente rodando entre las sábanas y mientras nos amamos hacerle recordar quiénes somos, y creo que quizás entonces ella sonreiría y me reconocería y le parecería increíble haberme confundido. Pero él siempre que no, que así empeorarían las cosas, que "imagínese si a usted alguien le revelara una verdad así; sería capaz de cualquier cosa ¿no? bueno, no juguemos con fuego, Mauro... oh, perdón, no quise decir...", agrega arrepentido cuando se le escapa esa muletilla.

Fuego es mala palabra en casa de mamá, donde vivimos todos desde hace más de un año, exactamente desde un día después que Agustín, pobre, no pudo salir de la casa, el chalé que siempre había querido Rocío y que habíamos elegido prácticamente entre los tres, tan amigos; tan amantes ella y yo y tan hermanos los tres; tanto, que casi lo teníamos de huésped permanente, durmiendo en el dormitorio contiguo varios días a la semana o quedándose hasta la madrugada en mi taller del altillo, ensayando mamarrachos sobre alguna tela que yo le dejaba en el atril para que practicara. Mis pinturas no eran tan buenas como para convertirme en un artista de renombre, pero sí para exponer de vez en cuando y además me habían servido para atraer a Rocío, deslumbrada por el arte cuando nos conocimos, todavía adolescentes los tres. Agustín, pobre, creo que la celaba al principio y por eso se acercó a mí, para protegerla, para espiarnos, para cuidarla. Y se acercó tanto que terminamos amigos, y luego cuñados.

Pero ahora Rocío está muy lejos de todo eso. Creo que terminaré por hacerle caso a Morales y aceptar que quizás no tiene cura, que quizás debo empezar a pensar que, como mamá y Alicia, me veré en la obligación, en la resignación, de cumplir el rol de hermano de Rocío con la misma entrega que ellas hacen de madre y de hermana, tanto que a veces hasta cuando están solas actúan sin necesidad, por simple inercia, como si realmente creyeran esta comedia, a tal punto que a veces hasta hablan de mí como si fuera Agustín, pobre. Pero a ellas poco les interesa que la realidad sea otra, si casi no les hace diferencia. Yo soy el único que se niega a sumarse a la farsa, a meterse la farsa en la piel como lo hicieron ellas. A lo sumo me limito a asentir ante las mentiras y a desearla, y aunque no se lo digo sé que mi mirada me delata, porque noto su preocupación, fastidio y hasta un poco de miedo. Claro, si para ella soy el hermano que se volvió loco; para ella su marido murió aquella noche. Aún recuerdo que cuando nos reencontramos en el hospital todos creían que era yo el shockeado, el confundido; yo, que había llegado consciente tras un breve desmayo, sólo golpeado tras la caída desde la ventana por la que salté al jardín después de descolgarla a ella envuelta en una sábana, ya sin sentido y al borde de la asfixia, sin poder hacer nada por Agustín, pobre, seguro que encerrado en el taller, sin otra salida que la escalera imposible de atravesar. Fue en el hospital donde alguien se lo contó y entonces algo se quebró dentro de ella y cambió los roles y cuando entré a su sala me miró confundida y sólo aceptó un abrazo fraternal, para de inmediato preguntar desesperada por Mauro, por mí, que estaba a su lado, confundiéndome para siempre con su hermano Agustín, pobre, antes de volver a desmayarse. La dejé en manos de los médicos y ya no pude verla hasta el día siguiente, en el funeral, al que fue con luto de viuda.

Luego vinieron los meses de letargo, de virtual autismo, en casa de mamá, sin querer hablar del tema, esquivando mis acercamientos, comportándose como si fuera mi hermana y después aceptando, a regañadientes, más enojada con mamá y con Alicia que conmigo, la presencia de Morales, con su terapia familiar, sus charlas grupales e individuales, diciendo una cosa a todo el grupo y luego algo distinto a ella y a cada uno de nosotros, pero sin resultados hasta ahora. Supongo que a mamá y a Alicia también les pedirá que se imaginen cada una en la situación de Rocío, como siempre me lo reitera. Pero para ellas es fácil, porque da casi lo mismo una nueva y repentina hermana que una cuñada, o que la nuera se transforme en una hija adoptiva, especialmente si no se ha perdido a nadie. Pero a mí no me da lo mismo una hermana que nunca había tenido a cambio de la mujer amada que me niego a perder.

Amaba a Rocío desde nuestra adolescencia, cuando Agustín se las arreglaba para estar siempre entre nosotros, para cuidarla, porque parecía no aceptar que su hermana se volviese mujer y deseara a un hombre como cualquier otra joven. El suponía que ella podía vivir al margen del deseo y trataba de conservarla, porque cuando ella amara a alguien lo dejaría, entregaría su cuerpo y sus sentimientos y entonces él se quedaría sólo; porque Agustín, pobre, parecía incapaz de vivir con otra mujer; pero ella, irremediablemente, gustaba de los hombres, y entonces él se veía obligado a estar siempre con ellos, a hacerse amigo de sus novios, para no perderla; hasta que ella terminó por acostumbrarse, hasta que ellos tuvieran que acostumbrarse, o irse, que era lo que siempre ocurría. Pero yo no me fui, acepté su compañía, compartí salidas con él, vacaciones con él, mi coche con él, mi cuarto de soltero, luego mi casa y mis pinturas con él, y Agustín, pobre, aceptaba todo gustoso, aunque sentía que a cambio compartía y perdía, inevitablemente, la mujer que había en su hermana. Sin embargo, en esa competencia implícita yo resulté perdedor mucho después, la noche de la tragedia, cuando él, pobre, no pudo salir de la casa y entonces ella me transformó en su hermano y empezó a llamarme Agustín y mamá y Alicia me convencieron que aceptara que ellas, delante de Rocío, hicieran lo mismo.

Desde entonces, nada pudimos reconstruir. El chalé, hubiera sido fácil, pero siento que no tiene sentido; con las pinturas lo intenté pero es como si el fuego que consumió el altillo hubiera quemado también parte de mi talento, y las nuevas pinturas no son comparables a las que se perdieron, algo que escuché comentar a mamá y Alicia las pocas veces que entran al nuevo taller, en su casa. Rocío nunca entró a verlas y creo que ya no se deslumbraría como con las anteriores.

Quizás aquella noche, en el taller del altillo, Agustín intentaba imitar mi técnica para impresionar a su hermana como lo había hecho yo; quizás esa noche que se quedó más tarde que nunca supuso que con lo que había aprendido era suficiente, que ya podía reemplazarme y entonces, al escucharme salir del dormitorio hacia el baño se asomó y me llamó en silencio para que Rocío no despertara, y Mauro subió la estrecha escalera alfombrada apoyando suavemente la planta de los pies, para no hacer ruidos, apenas un crujir de la madera, y con los ojos entrecerrados por el sueño preguntó qué quería, y cuando vio la pintura que acaba de terminar lo felicitó por compromiso, como para sacárselo de encima a esa hora de la madrugada, con el gesto soberbio y comprensivo del experto profesional ante el aprendiz, la hipocresía complaciente del que se siente superior, del que sabe que puede hacerlo mejor, del que ha desplazado al prójimo del único lugar que tenía en el mundo, de quien le quita la mujer amada a otro hombre y lo palmea para consolarlo. Entonces Agustín supo que tampoco así lo conseguiría, que de nada le serviría haber copiado su técnica en el lienzo, que de ninguna manera lo lograría, porque Rocío, dormida, esperaba a su hombre junto al espacio tibio que había dejado en la cama ese hombre que miraba con suficiencia y hasta con piedad sus pinturas; entonces se enfureció y tomó el único camino que le quedaba y lo golpeó desde atrás con la botella de aguarrás que se rompió derramando el líquido inflamable por la escalera mientras Mauro se desvanecía al pie del atril; y al verlo caído supe que ésa era la solución, que ya no competiría con él, que no sería necesario, porque ocuparía su lugar e iría al baño como él iba a hacerlo unos minutos antes, pero no subiría al altillo donde Agustín se entretenía con sus mamarrachos, sino que regresaría a acostarme junto a Rocío, que me esperaba para que ocupara ese espacio tibio, donde yo me deslizaría mientras ella, en medio de su sueño pesado apenas se movería para hacerme lugar y acomodarse a mi cuerpo, quizás con algún murmullo incomprensible, y yo la abrazaría hundiendo mi cara entre sus cabellos cálidos para continuar el sueño compartido, hasta despertarme sobresaltado por los golpes en el altillo, donde Agustín, pobre, se habría dormido, quizás con un cigarrillo encendido junto a los diluyentes, que son tan volátiles. Entonces sentí el ardor del humo en los ojos, el olor irritante y el ruido del incendio que consumía las maderas del chalé y lo intenté, por supuesto, pero la escalera era una sola llamarada que yo tampoco podía atravesar. Entonces lo único que pude hacer fue salvar a Rocío, ya desmayada por el humo, y saltar para salvarme yo también, para seguir cuidándola, porque nos quedábamos nuevamente solos, como en la adolescencia, cuando Mauro no existía y yo era todavía Agustín, pobre, que intentaba inútilmente escapar de las llamas en el altillo.-


Por Gustavo Espeche Ortiz
Tercer puesto en el X Premio Internacional Julio Cortázar
Santa Cruz de Tenerife - España
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miércoles, 6 de julio de 2011

ALUMINÉ: SNOWBOARD EN SOLEDAD Y SOBRE LAS NIEVES VÍRGENES DEL CERRO NEGRO



Las laderas del cerro Negro, en la localidad neuquina de Aluminé, son un blanquísimo manto de nieves vírgenes, sobre las cuales pequeños grupos de turistas son llevados para abrir camino hacia arriba después de las nevadas, para luego deslizarse con tablas de snowboard y también disfrutar de la paz de esas inmensidades de desierto y cielo, que en esas alturas se unen casi al alcance de la mano.


Pocos principiantes en deportes invernales tienen la oportunidad de deslizarse con una tabla sobre nieves vírgenes, en virtual soledad pero asistidos por guías expertos, como en la comuna en Aluminé, que abrió al público esta actividad como una alternativa a las de los concurridos y conocidos centros de turismo de invierno.
Es una excursión, pero no un "paseo", porque si bien no se requiere experiencia sí es un desafío a la resistencia, ya que se trata de "snowboard" fuera de pista y en nieves profundas y vírgenes, a más de 1.500 metros de altura y a las que se llega luego de una prolongada caminata, o "trekking" duro, de casi dos kilómetros.
Los guías de este poblado, ubicado a unos 340 kilómetros al oeste de la capital provincial, arman pequeños grupos, a los que llevan a aprender o a practicar este deporte casi en la cima del cerro Negro, que paradójicamente es un desierto blanco en estos días.
Las camionetas llegan por un camino de ripio nevado y barroso hasta un punto desde donde se debe seguir a pie, con la tabla a cuestas y, en días como el de la ocasión, posteriores a recientes nevadas, a través de un fino polvo níveo que llega al metro de altura y reclama un esfuerzo similar al de caminar con el agua hasta la cintura.
La nieve es virgen, por lo que no hay huella y se debe abrir camino. Entonces, quienes encabezan la marcha se calzan raquetas y dejan una brecha sobre la que el paso de sus seguidores hará un sendero sólido para futuros caminantes, si no hay nuevas precipitaciones. El quiebre del frágil manto blanco bajo las primeras botas parece un sacrilegio a la perfección de la naturaleza, que deja una grieta oscura y despareja, como una extensa herida en la ladera. 
Debajo de la nieve puede haber pastos, piedras, pozos, turba o hilos de agua, por lo que es posible alguna caída o golpe leve, y por eso los guías son acompañados por bomberos de Rescate de la dotación de Aluminé, con equipo de primeros auxilios y una camilla de traslado. 
 La caminata es por territorio de una comunidad mapuche, con la cual las autoridades de turismo acordaron la realización de estas excursiones. Si alguno de ellos anda por la zona durante la actividad, puede que se sume al grupo y colabore con su baquía, ya sea sólo para conocer gente o a cambio de una práctica de snowboard.
También es posible hallar algún grupo de mapuches con su jauría en una cacería de liebres, quienes no tendrán problemas en que los turistas los acompañen para ver la caza.
En esta oportunidad, se sumaron al grupo dos indígenas que iban con media docena de perros -que son los verdaderos cazadores, ya que sus dueños no usan armas y sólo toman la pieza capturada por el animal-, quienes ayudaron a abrir camino, ya que también iban a la zona alta, donde están los refugios de las liebres.
Sin embargo, luego de caminar con una envidiable naturalidad por la nieve, abandonaron la jornada de caza y se quedaron a aprender a "surfear", en este caso con la misma torpeza y dificultad de los turistas principiantes.
Algunos mapuches son buenos esquiadores, pero el snowboard es algo nuevo para ellos. Por eso, junto a los visitantes se cayeron rodaron y volvieron a subir decenas de veces y se divirtieron toda la tarde.
Al cabo de una hora ya era un grupo homogéneo, al que se agregaron otros tres mapuches, entre ellos una joven "huerque" (algo así como una vocera y guía espiritual).
Todos armaban un pequeño y bullicioso grupo humano que profanaba la quietud y el silencio primordial que reina entre las inmensidades de los cerros y del cielo, observados sólo por los perros cazadores y, de vez en cuando, por algunos cóndores que sobrevolaban las cimas.
Cristian, uno de los guías e instructor, explicó a Télam que Aluminé apuesta a actividades invernales de aventura como ésta, de bajo riesgo pero de alta dificultad en lo que hace a resistencia.
Otras opciones son el trekking por los bosques del circuito Ruca Choroi, en tierras mapuches, y a lo largo del río del mismo nombre, que cambia su colorido paisaje de fondo verde y aguas transparentes del verano por otro agreste y nevado en invierno, cuya travesía también demanda un gran esfuerzo físico y conocimiento del lugar.
En estas actividades, el turista no está rodeado de gente y bullicio, sino que se encuentra sólo o con su propio grupo y puede disfrutar del silencio y la paz del lugar, algo que muchos buscan en la Patagonia.



Por Gustavo Espeche Ortiz
Publicado por la Agencia de Noticias Télam