lunes, 30 de mayo de 2011

EL CAÑON DEL ATUEL Y SUS DOS PAISAJES

Los más de cuarenta kilómetros del Cañón del Atuel, en el sur de Mendoza, presentan dos paisajes distintos: el río sin agua en el desértico tramo superior, de rocas multicolores, numerosas geoformas y ocasional presencia humana, y el río caudaloso y habitado en el verde Valle Grande,  tras un desnivel de unos 500 metros.




La visita al Cañón del Atuel, en el sur de Mendoza, comienza unos 50 kilómetros antes de llegar a esa formación geológica por ruta, en la cima de la Cuesta de los Terneros. Desde allí, a unos mil metros de altitud, se puede ver, casi en el horizonte sur de una extensa llanura ocre de pastos secos, una gran rajadura en la tierra, un foso oscuro que es el extremo más alto del cañón, en Villa el Nihuil, desde donde recorre 42 kilómetros aguas abajo con un desnivel de 500 metros hasta el Valle Grande.
En ese trayecto de sur a norte el paisaje cambia de la agreste y profunda grieta en el desierto, con rocas peladas y multiformes que refractan el despiadado sol de uno de los cielos más diáfanos del país, a un valle húmedo con suaves y espumosos rápidos de aguas cristalinas bordeados por el fresco verde de los sauces llorones, a cuyas sombras crece el pasto tierno y los turistas improvisan picnics y campamentos.

EL RÍO SIN RÍO
Esa diferencia en el paisaje no es estrictamente obra de la naturaleza, porque en la zona alta del cañón la mano del hombre le quitó el agua al río para generar energía hidroeléctrica y para regar sus viñedos y olivares, entre otros cultivos. El Atuel corre entubado desde donde comienza el cañón hasta la represa de Valle Grande.
Desde el camino de caracoles y cornisas que recorre ese tramo entre sus paredones de hasta 350 metros de altura, sólo se ve esporádicamente agua en el lecho -generalmente sobrante de la utilizada en las usinas-. En la zona baja el río reaparece totalmente para volver a alimentar a la flora y la fauna natural y para placer de los amantes de actividades náuticas como el rafting, quienes con sus gomones, cascos y salvavidas le dan un colorido contraste al reflejo del cielo en sus aguas. 


El cañón es el producto del constante embate del Atuel sobre una formación precámbrica cubierta por sedimentos en el paleozoico, entre 250 y 400 millones de años atrás. El resultado de esa erosión, en la que también influyeron la actividad volcánica, los vientos y las lluvias, es un corredor con profundos precipicios y rocas gigantescas de variados colores y composiciones, con curiosas formas que los habitantes bautizaron con nombres populares según su similitud con objetos conocidos o simplemente dejando volar su imaginación.
En el primer tramo, el camino -que aunque sea de ripio y esté atravesado por cortaderas y salpicado de piedras sueltas es la ruta provincial 173- corre sobre el borde izquierdo del cañón y, todavía en el ejido de Villa El Nihuil, una bajada conduce al primer mirador: Un enorme bloque de piedra desde el que se ve la profunda y estrecha garganta que serpentea hacia el norte, en cuyo fondo brilla un hilo de agua mansa, del que abrevan algunas aves zancudas. Las dimensiones de la roca permiten el descenso con vehículo hasta su centro, donde se construyó un altar a la Virgen María.
La segunda bajada, a poca distancia, lleva a otro mirador: Un alto despeñadero de bordes filosos y tonos rojizos cortado a pico, conocido como Paso de las Cabras, al que se llega por un estrecho y escarpado sendero que no deja pasar vehículos, salvo cuatriciclos o motos. En este mirador también hay una cruz y un altar, pero dedicados a Sebastián Bordón, el adolescente hallado muerto en 1997 en el fondo de ese precipicio y por cuyo crimen fueron condenados varios policías de El Nihuil.




GEOFORMAS
Por unos caracoles de zigzags cerrados, que en un corto trayecto descienden un centenar de metros, se entra en la grieta que se avistaba desde la Cuesta de los Terneros y aparecen las primeras formas líticas que disparan el imaginario popular. El guía señala un montículo gris que, asegura, semeja un grupo de elefantes, por lo que lleva ese nombre; muy cerca, una erguida piedra blancuzca fue bautizada como El Búho, pero ésta sí recuerda a esa ave y hasta tiene dos huecos que parecen sus ojos.
Pasados los caracoles, la ruta llega al fondo del cañón y cruza sobre el cauce seco del río entubado, que forma una cuneta muy pronunciada que sólo deja pasar vehículos cortos o de piso muy alto, ya que un ómnibus normal quedaría atascado. Al llegar a la Usina 1 está uno de los tres lagos artificiales del cañón, el Aisol; el segundo, Tierras Blancas, está en la Usina 2, y junto a ambos el verde de sendos grupos de sauces se destaca sobre el paisaje rocoso.
El cerro Carbonilla aparece como el más oscuro del cañón, compuesto por lutitas entre las que predomina la negra, aunque su mezcla con la pizarra y la calcárea genera variados tonos sobre un fondo bruno. Allí comienza la parte más colorida y entretenida del cañón, donde está la mayoría de sus cerca de 180 geoformas más curiosas.
Así, en cada curva y a ambos lados surgen en tonos rojos, azulados, plomizos, amarillos o blancos La Radio Antigua, Los Ositos Cariñosos, El Pingüino, El Sillón de Rivadavia, El Lagarto, El Muñeco Michelin o El Astronauta, La AncianaLa Ciudad Encantada, Los Panqueques o Las Hamburguesas, Los Monjes o el Lomo de Dinosaurio y Los Castillos o Bosque de Coníferas, entre muchos otros nombres que cambiarán para una misma forma según el lugareño que lo muestre.
Al pasar la tercera central hidroeléctrica en un resquicio del camino aparece el Cañadón Negro o de Los Toboganes, donde entre unas paredes de roca monumentales hay unos desniveles naturales muy lisos, sobre cuya arena es posible deslizarse. Después, las blandas piedras calizas sobre la derecha del cañón, en tonos pastel que viran del rojizo al amarillo, con vetas verdosas y azuladas, crean una de los mayores conjuntos geomórficos del trayecto, con numerosas piezas irregulares que semejan diversas figuras y tiene dos nombres genéricos: El Museo de Cera o Castillos Medievales.






El VALLE GRANDE
El camino sube nuevamente por caracoles -aunque el cauce natural continúa bajando- para alcanzar la altura de la más grande las cuatro centrales del cañón, Valle Grande, por sobre la cual se debe cruzar nuevamente el Atuel para llegar a su cauce inferior. En el ascenso previo, la ruta se aparta del río y, luego de un corto túnel, corre nuevamente sobre el borde del cañón y pronto surge un amplio espejo de agua verde esmeralda que es el tercer y último lago artificial, con altos paredones rojizos al fondo dunas y playas de arena clara junto a la presa, todo visible en panorama desde el Mirador El Submarino, junto a la ruta. 
                              
Una formación oscura emerge casi en el centro del lago: El Submarino, aunque por sus bordes erizados también podría comparársela con el lomo de alguno de los saurios que habitaron la región y cuyas reproducciones se muestran en los museos locales. El fuerte viento forma “corderitos” que le dan espontáneos matices blancos al espejo de agua y se confunden con las estelas de los catamaranes y botes a motor que lo surcan.
Desde el dique de Valle Grande el camino hace su rápido descenso final y el desierto da paso a la civilización, cuyo primer signo es el asfalto, al que acompañan pequeñas construcciones de servicios para el turista, como bares, cabañas, restoranes y otros comercios, en especial los dedicados a la pesca y excursiones náuticas.
En el lago se realizan paseos en catamarán y deportes acuáticos, como esquí, remo y buceo, y junto a la presa hay varios establecimientos, entre ellos confiterías que permanecen abiertas hasta la noche, con miradores a una vista panorámica del Valle. Aguas abajo hay prestadores de turismo aventura, rafting, cabalgatas, canotaje, rappel, cuatriciclos, senderismo y parapente, entre otras actividades.
Después de la última usina, ya no hay túneles subterráneos y el Atuel corre libremente generando la suficiente humedad para que en sus márgenes retorne el verde tupido de árboles, arbustos y hierbas floridas. En pequeñas playas que aquietan el río al resguardo de algún meandro, los veraneantes se dan un chapuzón o se sientan en reposeras con los pies en el agua, mientras duermen una siesta arrullados por el murmullo del torrente entre las piedras.
Esa calma que acompaña el trinar de los pájaros, es alterada esporádicamente por los gritos de los turistas que pasan en los gomones de rafting, a quienes los guías los hacen sentir argonautas en un viaje sumamente riesgoso, aunque el nivel de dificultad del Atuel está entre los más bajos.

La facilidad con que se recorren esos rápidos deja observar desde el bote los nuevos paisajes del último tramo del cañón, en cuyas paredes rojizas se destacan los estratos del volcán El Carrizalito, que formaron las Milhojas sobre la derecha, o el Cinturón de San Martín, que se dibuja simétricamente a ambos lados del cañadón y sus partes encajarían perfectamente en una sola pieza si el río y el estrecho valle verde no existieran.
Luego, la ruta se aleja del río y del cañón rumbo a San Rafael y atraviesa Rama Caída, una zona de chacras donde los pequeños productores ofrecen sus embutidos, dulces, licores y vinos para degustar y para la compra, además de artesanías representativas del lugar.-




Por Gustavo Espeche Ortiz
Publicado en la revista "Rumbos" - Argentina

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