Todo es blanco, hasta el aire, cuando la harina cubre rostros y ropas e
iguala a todos en la Chaya
riojana, un carnaval en el que se olvidan diferencias sociales y personales y,
con una ramita de albahaca en la oreja, se festeja la llegada del Pujllay, el
ancestral dios de la diversión en la provincia, con música, baile y alcohol,
sin ataduras.