La dama estaba sentada y de pronto apareció a su lado un hombre que con un gesto la invitó a bailar. Ella dudó un momento, le dio un rápido vistazo y aceptó ir a la pista. Al final del primer tango, él la escuchó hablar y entonces, asombrado y avergonzado, se disculpó por haber ido a su mesa a invitarla, y argumentó que no la “cabeceó” porque supuso que era extranjera. La mujer sonrió gentil y le aclaró que no lo rechazó porque ella también pensó que él era extranjero y desconocía ese código.
El cabeceo es uno de los códigos más famosos y delicados de la milonga, quizás porque es el punto de partida para ir a la pista, algo así como un rito de iniciación en el contacto entre un hombre y una mujer desconocidos. Pero en la dinámica historia del tango hay muchos otros, algunos de los cuales se mantienen vigentes y otros desaparecieron.
En las primeras décadas del Siglo XX, cuando en las milongas todo problema se resolvía a punta o filo de cuchillo, un pisotón o un empujón podía desencadenar una muerte; hoy, basta un gesto de disculpa con la mano o la cabeza, sin interrumpir el baile, para que la noche termine en paz.
Cuando el tango sólo se bailaba en los burdeles tampoco existía la tanda. Quien quisiera bailar a una mujer que danzaba con otro debía esperar o ir a pedirla, pero eran épocas de “guapos” y esto significaba una provocación que podía conducir a un duelo.
Lo normal era que el que estaba bailando cediera la dama. Si lo hacía de manera sumisa, era símbolo de cobardía y ella nunca volvería a bailar con él; si sostenía la mirada del otro con altivez significaba que estaba ofendido y reclamaba un duelo. No era necesario hablar, ambos se encontrarían al salir de la milonga y entonces hablarían los cuchillos.
Los guapos se disputaban las mejores y más lindas milongueras. Las mujeres que más duelos generaban eran más respetadas en los cabarets, y su prestigio aumentaba según el número de muertos que dejaran esas disputas.
Esos códigos desaparecieron y surgieron normas de convivencia en la milonga, como las tandas, que permiten a todos bailar con todas, y el cabeceo, gracias al cual la mujer no está obligada a bailar con cualquiera y el hombre no se arriesga a ser rechazado.
También hay más tolerancia ante el incumplimiento de éstos u otros códigos.
En Buenos Aires hay un circuito tradicional, de milongas de barrio, alejadas del centro y poco publicitadas, donde el ambiente es cerrado y el estilo siempre “milonguero”. Allí conservan los códigos y rituales, y quien no los respete corre el riesgo de quedar aislado.
En una de éstas, Salón Akarense, hace unos años llegó una pareja de brasileños y comenzó a bailar tango como en un espectáculo, con saltos, altos ganchos, pasos en “cucharita” y largas corridas. La pista se fue vaciando hasta que quedaron sólo ellos, quienes suponían que les dejaron lugar para admirarlos y continuaron con sus acrobacias; pero al terminar la tanda, cuando esperaban los aplausos, se acercó un señor mayor y les dijo algo así como: “¿terminaron su demostración? porque nosotros queremos seguir bailando tango”.
El circuito del centro y sus barrios cercanos, al que concurren muchos extranjeros, principiantes y turistas, es más comercial y abierto. Sus milongas mantienen los códigos pero nadie controla su cumplimiento estricto.
Por ejemplo, existe la norma de que los mejores bailarines caminen por el borde de la pista, pero si algún principiante ocupa ese espacio nadie se lo recrimina. Sin embargo, no tolerarían que una pareja bailase a “contramano”, es decir en el sentido de las agujas del reloj.
En este circuito hay milongas que no permiten ingresar con zapatillas o pantalones cortos y advierten en sus anuncios que los hombres deben vestir saco, a veces corbata, o “elegante sport”, pero hay otras que permiten todo eso y otras transgresiones.
Tal es el caso de La Viruta , donde vale todo, con o sin códigos, la música –que en la milonga se supone que debe permitir bailar pero también hablar en las mesas- ensordece hasta en el baño, y en la pista, más que bailar, se sobrevive entre patadas y empujones, y aún así es de las más concurridas. Para muchos no es una milonga sino una disco en la que se baila con música de tango y se hacen buenas relaciones sociales (verbigracia levantes).
Aunque el mito dice que el tango al principio se bailaba entre hombres, en realidad sólo practicaban entre ellos, porque como sólo lo bailaban las prostitutas, y fuera del burdel ninguna mujer decente aceptaba hacerlo, los hombres debían entrenar entre ellos. Ahora hay lugares donde las mujeres bailan entre ellas o invitan a los caballeros, además del crecimiento de las “milongas gay”, con sus característicos cambios de roles. Algunos de sus organizadores sostienen que es volver a las fuentes del baile entre hombres, aunque no aclaran que aquellos pioneros eran asiduos concurrentes de los prostíbulos, que no tenían ningún atractivo para los gay de la época (ni tampoco para los actuales).
Algunos organizadores mantienen la tradición de sentar a las mujeres de un lado, los hombres al frente y las parejas y grupos en los costados. El cabeceo es allí indispensable, ya que el código prohíbe ir a la mesa de la dama para invitarla, porque ella lo considerará una falta de respeto y lo rechazará.
Aunque el cabeceo sugiere que el hombre elige con quien bailar, es la mujer quien escoge al que la invitará a la pista, porque él, antes de cabecear, debe esperar a que ella lo mire y así le abra la puerta para la propuesta. En su obra “Diario de un seductor”, Soeren Kierkegaard destaca la importancia de la mirada en el inicio de una seducción, y el tango es seducción desde antes de entrar a la pista.
El cabeceo debe hacerse justo cuando se cruzan las miradas y con precisión hacia una sola mujer. En el libro “El Bazar de los Abrazos”, de Sonia Abadi, se critica al que, “inseguro de su baile tanto como de su puntería, tira una perdigonada al montón, sembrando el caos en las mesas de mujeres, que se señalan el pecho preguntando ¿a mí? En el peor de los casos se levantan dos y una queda ‘pagando’”
Si una mujer le sostuvo la mirada a un caballero y él no la cabeceó, ella no volverá a darle oportunidad, en tanto un señor borrará de sus objetivos a la dama a la que miró varias veces y lo ignoró o desvió la mirada cuando él la cabeceó. Hay hombres que se empecinan en pasar repetidamente ante una mujer y se detienen con descaro frente a ella esperando la mirada que le permita invitarla, cuando deberían saber que con su indiferencia ya les han dicho “no”, y no lo mirarán aunque haga suertes de malabarismo o se pare sobre sus manos frente a ella.
Cuando dos personas que frecuentan las milongas inician una relación sentimental, y esto trasciende en el ambiente, ya nadie cabecea a la mujer y ninguna dama mira al hombre para que la invite. Tanto por respeto, porque ambos ya tienen “dueño”, como por no invertir ilusiones inútilmente, ya que una posible seducción resultaría sumamente complicada.
Un milonguero que iba siempre solo y bailaba muchas mujeres, llevó una noche a una amiga a conocer una tanguería. Se sentaron juntos y él le dijo que observara cómo sacaba a bailar alguna dama, pero tras recorrer todo el salón regresó sin lograr su cometido, porque ninguna lo miró. La explicación es que ellas –que siempre aceptaban sus cabeceos- lo vieron llegar con una mujer y compartir una mesa y supusieron que había formado pareja.
Los caballeros nunca sacan a bailar a la mujer de un amigo, porque el tango no es sólo baile sino seducción, y no se seduce a la pareja de un camarada. Otro código de mesa de hombres señala que tampoco se invita a bailar a una mujer que le gusta a uno de sus compañeros, al menos hasta que quede claro (rebote mediante) que éste no tiene oportunidad alguna con ella.
También las damas son solidarias, y cuando en una mesa femenina alguna confiesa que gusta de un milonguero, sus compañeras lo ignorarán y evitarán ser invitadas a bailar, al menos hasta que también se defina la situación.
Mientras se baila no se habla, indica un código, para eso está el “entretango”, la pausa entre el final de un tema y los primeros acordes del siguiente, donde las preguntas frecuentes son el nombre, hábitos milongueros, ocupación y, en el caso de extranjero/as, de dónde vienen y cuánto tiempo permanecerán en el país. Pero el diálogo no debe durar mucho tiempo, porque se puede entorpecer el movimiento de otras parejas, por lo que se hace en varias etapas.
Mientras en las discos y salseras la música es ensordecedora en todo el salón, en la milongas el musicalizador debe mantener un volumen que lleve a la melodía a dominar la pista, pero permita conversar en las mesas, ya que además de lugar de baile también son un punto de encuentro. El código del silencio alcanza a las mesas cuando hay una exhibición o una orquesta en vivo.
Estos códigos, que según quien los mire pueden parecer extraños, divertidos, ridículos, respetables o atractivos, no fueron escritos e impuestos por una academia o legislatura ni surgieron espontáneamente, son el reflejo de una cultura, a cuya evolución los milongueros se van adaptando, aportando y perfeccionando mediante su repetición en cada noche de tango.-
ageo
Por Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado en la revista "La Cadena" , de Holanda, especializada en tango bailado)
Muy lindo articulo, gracias!
ResponderEliminarGracias, María Florencia. Tardísimo, pero recién ahora descubrí cómo ver los comentarios a mis entradas. Saludos.
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