martes, 26 de octubre de 2010

OMAR VIOLA "TRAFICAMOS EROS EN UN MUNDO DE TÁNATOS"


Un reportaje a Omar Viola es un ejercicio sanamente estresante, porque es imposible distraerse un instante, ya que este hombre hiperkinético, que armó su primera milonga cuando aún no sabía bailar tango, se expresa tanto con palabras como con gestos y manos, responde las preguntas con ejemplos, comparaciones y anécdotas, y la conversación salta en el tiempo y el espacio.

En su milonga Parakultural, en el Salón Canning, se baila, pero también hay gente que pinta un cuadro, toma fotografías, ofrece flores en las mesas o vende poemas; las paredes son una exposición permanente de cuadros y fotos, y los tangos se alternan con exhibiciones de baile árabe o folclórico, jazz o recitados de poesía.
“A mí la milonga me gusta como una expresión cultural donde se refleje la vida de nuestra sociedad y quiero que cada uno se sienta a gusto, haciendo lo que le plazca. No dejo que se convierta en un centro comercial, pero quiero que la gente se sienta como en su casa”, explica.
Así es su conducta personal: Citó a La Cadena en un café del tradicional barrio de San Telmo. Al ver llegar al cronista se levanta entusiasmado y corre a recibirlo en la puerta, lo saluda con un apretón de manos y un beso, lo acompaña entusiasmado hasta la mesa, le ofrece la silla y ordena un café, como si fuera un amigo que lo visita en su hogar.
Viola es también uno de los fundadores de la Asociación de Organizadores de Milongas, pero en su relación con el tango nada fue espontáneo, sino germinado desde su temprana adolescencia en el sur del Gran Buenos Aires, donde nació hace 55 años.
“Siempre me atrajo mucho lo artístico, lo cultural. Durante mi infancia y adolescencia vivíamos una época de cambio social, y había un mandato de compromiso social muy profundo, que inclusive llegaba hasta la lucha armada para tratar de lograr una sociedad más justa”, recuerda, y de inmediato hace un gesto como de disculpas con las manos y agrega: “pero yo siempre odié las armas y todo lo que fuera violencia”.
¿Cómo mantuvo ese compromiso, sin violencia, durante los “años de plomo” de Argentina, en los 70? Cuenta que desde lo sindical, porque trabajaba en la sección limpieza de una empresa, donde intentó armar una cooperativa. “No me fue muy bien –admite-, porque había mucha gente marginal y llegaban a las reuniones borrachos, y al final terminaron ganándome, porque yo me emborrachaba con ellos”.
Entonces intentó “armar algo desde lo independiente y me acerqué a la música y al cine”. En esos años Viola tocaba el violín: “Le puse música a una película, y sentí que hacía algo que iba mejor conmigo”.
Pero siempre fue inquieto e inconformista y “el cine no era acción directa. Yo quería algo más directo y empecé con el mimo, porque veía que ahí estaba el cuerpo y la acción”.
Estuvo unos diez años con una compañía de mimo y participó de espectáculos en Buenos Aires y Alemania, pero con la dictadura militar sufrieron la censura de varias obras.

La palabra Parakultural nació en 1986, en un espacio de música y teatro participativo que organizó en un sótano de la calle Venezuela, en San Telmo, donde no se bailaba tango y fue lugar de encuentro de artistas, algunos ahora famosos.
Le vuelve la sonrisa al recordarlo: “Era un sótano que conectaba con la red de túneles antiguos que sirvieron para el contrabando o la huida en el nacimiento de la ciudad, que por supuesto estaban cerrados. Era muy insalubre, tenía una humedad brutal pero tenía mucha magia”.
En 1990 mudó su Parakultural a la calle Chacabuco, en el mismo barrio, donde armó su primera milonga. “Ahí empecé mi compromiso mayor con el tango, junto con María Pantuso, Olcar Ramírez y Julio Balmaceda. María me convenció de organizar una milonga, aunque no le gustaba el piso, que era desparejo y roto, pero yo no entendía mucho porque todavía no bailaba”.
Los tangueros recuerdan este Parakultural y La Catedral como las dos milongas de pisos más ‘difíciles’, con grietas y pliegues, y donde el ambiente espeso mezclaba olores de tabaco, humedad y un discreto espliego de marihuana.
Viola lo admite pero aclara que “jamás hubo problema por la droga, porque lo único que se podía era fumar un porro, otra cosa no había. En realidad no se podía, porque estaba prohibido, como ahora, pero entre tanta gente alguien lo hacía y lo dejábamos, porque yo creo que las drogas no tendrían que estar prohibidas”.
Luego sostiene que “la marihuana favorece el encuentro”, pero rechaza la cocaína, porque “no me gusta a nivel estético ni por su efecto, porque el que consume se pone tenso, duro, y yo prefiero la gente que se relaja. Igual, yo no prohibiría nada”.
En esa época, comenzó a tomar a clases de tango, y confiesa “algo revelador que me pasó cuando fui a mirar a una milonga: veo una pareja que se detiene frente a mí en una pausa y quedan abrazados en un silencio, y yo entiendo que había todo un mundo sólo entre ellos. Entonces dije ‘si esto es el tango, yo quiero esto; me gusta esto que pasa entre estas dos personas, me encanta’”.
“Por eso me parece absurdo un campeonato de tango, es una aberración –expone con seriedad-. Creo que está hecho desde el punto de vista del marketing, no del punto de vista sustancial de la esencia del encuentro del tango”, y pregunta “¿Qué funcionalidad puede tener un campeón en una milonga? Ninguna”, responde.
También relata divertido su primer baile en una milonga: “Fue en el 91, en Unione e Benevolenza; tocaba la orquesta de Gigí de Angelis y el salón se llenó. Yo entré con una compañera de clases y fue un desastre, porque yo estaba acostumbrado a bailar en las clases y ahí era distinto, me cruzaba mal, chocaba, estorbaba, pero sobrevivimos. Después me agarró la adicción y quise ir siempre a la milonga”.
El Parakultural duró en Chacabuco hasta 1996, cuando cerró por presiones del dueño de un albergue transitorio vecino, quien se quejaba de la falta de privacidad que generaba el movimiento de gente a la noche, lo que la restaba clientes.
“Después, en el 97, los del Torquato Taso me dijeron que fuera con ellos, que tenían un subsidio del Estado, que yo era muy importante para la cultura, que iba a poder hacer mi proyecto y todo lo que quisiera, pero lo que les interesaba era quedarse con el público que yo convocaba, y al mes y medio me fui”.
De allí trasladó el Parakultural al ex teatro Arlequines, mientras en 1998 creaba La Catedral, en una fábrica abandonada del barrio de Almagro, y también experimentaba con una milonga callejera en La Boca. A fines de los 90 mudó el Parakultural al Salón Canning, donde aún permanece con las características descriptas.
A principios de 2005 –después del incendio de la disco Cromañón, donde murieron casi 200 personas- cerraron muchos locales bailables, entre ellos La Catedral, por falta de seguridad. Con resignación, acepta: “La Catedral fue cerrada, clausurada, y ese lugar es un emblema de algo que parecía imposible: este renacimiento verdadero del tango. Era un espacio independiente y convocaba a gente de todas partes del mundo, sin ser un sitio ‘for export’, que generalmente dan vergüenza, porque son una caricatura, con sus banderitas y lucecitas, un tango que no existe en la realidad”.
Sobre sus últimas experiencias, cuenta que tuvo durante unos meses La Nave de los Sueños, en el centro, y luego llevó esa propuesta, “Culto Orillero”, a Plasma, un local del barrio de Barracas, con la intención de retomar la idea del primer Parakultural, pero esta vez con espacio para bailar tango.
Viola es un innovador, pero desconfía de algunas innovaciones como las milongas gay y el tango electrónico: “Yo apoyo que haya una milonga gay, pero no tendría que haber una milonga gay sino milongas abiertas para todos, porque lo maravilloso es que se mezclen las nuevas tendencias y la gente tradicional”.
Del tango electrónico opina que “es muchas veces una postura conceptual y no es sustancial, porque hay mucha gente que sólo copia, mezcla algo creado por otro con otra cosa, para fabricar tango electrónico porque es algo que se vende, por oportunismo. Igual, para mí es válido, prefiero que pase eso a que no pase nada”.
Al cierre del reportaje, reflexiona sobre la violencia y las guerras y reitera: “Mi posición humilde está lejos de las armas, al contrario, está por el amor, y lo pongo en práctica gracias al tango. Quienes organizamos milongas, traficamos Eros en un mundo de Tánatos”.
Como si estuviera en su casa, acompaña al periodista hasta la puerta del café y, cuando vuelve a su mesa se despide con la frase que siempre cierra sus alocuciones ante el público tanguero: “¡Que siga la milonga!”.


Por Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado en la revista La Cadena, de Holanda, especializada en Tango)
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