viernes, 12 de noviembre de 2010

LAGO POSADAS - SANTA CRUZ

TURISMO ARQUEOLOGICO DE FACIL ACCESO EN CERRO DE LOS INDIOS

El yacimiento arqueológico del Cerro de los Indios, en el noroeste de Santa Cruz, es el más antiguo de la provincia y el de más fácil acceso para el turismo, a cuatro kilómetros de la comuna de Lago Posadas, en una zona llana que permite visitarlo aún en invierno.

Las pinturas rupestres y grabados hechos hasta hace casi 4.000 años están al alcance de la vista desde el exterior, sin necesidad trepar o internarse en la montaña para verlas. Figuras humanas y de animales, dibujos geométricos y réplicas de huellas de patas y manos, permanecen grabadas o dibujadas con pintura indeleble sobre las rojizas paredes del cerro.
Debido a esa fácil accesibilidad, autoridades de Lago Posadas sólo permiten su visita con guía local, que se debe solicitar en la Oficina de Turismo de esta localidad de unos 300 habitantes.
Tuve oportunidad de visitar el lugar a fines del otoño, invitado por la Comisión de Fomento local, un órgano de gobierno equivalente a la intendencia, en comunas de pocos habitantes, presidido por Víctor Pennisi, un porteño afincado hace años en esa zona fronteriza de Santa Cruz. En esa época es recomendable iniciar las excursiones al cerro cerca del mediodía, para aprovechar la mejor luz diurna, ya que el sol asoma aproximadamente a las 9 y se pone cerca de las 18.

El funcionario explicó que formaron guías para ese sitio arqueológico, "tanto para evitar la depredación como eventuales accidentes, y para explicarle al visitante que cada pintura o grabado tiene un significado y hay una historia del lugar".
La camioneta abandonó el caserío que conforma Lago Posadas y ocupa unas 20 manzanas y tomó un camino que pronto se convirtió en una huella, cuyas sinuosas paralelas cruzaban el valle rumbo a los cerros, entre los que se destacaba el De los Indios, por su color rojizo y sus paredes perpendiculares al suelo. Desde lejos se advertía que este cerro tiene una conformación geológica particular. Mientras los estratos de las otras elevaciones manifiestan su origen sedimentario, éste es claramente una afloración rocosa de las más duras.
Después de unos tres kilómetros hubo que apearse y caminar unos mil metros sobre el pasto quebradizo y escarchas que el sol derretía lentamente, esquivando pequeños charcos de agua helada. El sendero desembocó en el frente norte del farallón, donde está la mayoría de las pinturas y grabados, con sus variadas técnicas y estilos.
Hay decenas de pinturas en colores negro y rojo de distintas tonalidades, con planos, líneas y puntillados, sobre la roca fresca, pulida o patinada, lo que según el guía indica que datan de distintos momentos, de entre 900 a 3.900 años.
Entre ellas hay figuras humanas y de animales -guanacos y cérvidos-, expuestos en forma individual o grupales y también en escenas de caza. Algunos de esos animales tienen barrigas prominentes, por tratarse de hembras preñadas, mientras una figura felina, solitaria y de mayor tamaño, se destaca del resto por estar hecha con prolijos y numerosos puntos oscuros.

En algunos lugares quedaron manos en "negativo", impresas al apoyar la palma empapada en pintura y otros dibujos son círculos concéntricos, algunos entrecortados para dar forma a laberintos de diversos tamaños. También hay réplicas de huellas de animales, pintadas o grabadas, y no faltan las figuras geométricas, con guardas y líneas en zigzag.
Sobre la cabeza del visitante a unos cinco metros de alto, en la parte inferior de un alero, se pueden ver unos círculos rojos del tamaño de una pelota de tenis, que el baqueano asegura fueron hechos con pelotas semejantes a las de las boleadoras, embebidas en pintura y arrojadas a la altura.
El cerro está en una cuenca considerada baja, de entre 200 y 300 metros sobre el nivel del mar, con pendiente hacia el Océano Pacífico, que fue habitada por las culturas tehuelche y pretehuelche. El lugar ofrecía a sus habitantes agua del lago y ríos, abundante leña y caza de variadas especies, además de la ventaja estratégica de una amplia visibilidad de los alrededores.
Mientras un corto recorrido lleva al turista desde el pueblo al cerro, llegar a Lago Posadas requiere un extenso recorrido desde las urbes más cercanas. El aeropuerto más próximo es el de Comodoro Rivadavia, a 560 kilómetros, mientras por tierra se llega por la Ruta Nacional 40 hasta Bajo Caracoles, desde donde se debe desviar al oeste por la provincial 39 y recorrer 75 kilómetros sobre ripio.
Además de turismo arqueológico, este pueblo cuyo nombre oficial es Hipólito Yrigoyen ofrece recorridos por los lagos Posadas y Pueyrredón, escaladas al cerro San Lorenzo, senderismo, cabalgatas y estadías en estancias, posadas y hospedajes.

En noviembre comienza la temporada de pesca deportiva y desde la primavera se puede visitar otro sitio arqueológico, a unos 15 kilómetros por un camino de ripio: Laguna Seca, o Cueva de los Leones (sobre la que próximamente habrá material en estas crónicas), ya que durante el invierno es un refugio de pumas.

Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado por la Agencia de Noticias Télam)



EL RESTAURANTE MÁS ANTIGUO DE BUENOS AIRES CUMPLIO 150 AÑOS


El más antiguo de los restaurantes porteños, "El Imparcial", creador del famoso “pucherito de gallina con vino carlón”, ubicado en Salta e Hipólito Yrigoyen, cumplió 150 años el 28 de octubre último, una buena edad dentro de una ciudad de poco más de 400 años.

Cuando en 1860, Manuel García, inmigrante español de Pontevedra, compró por 521 pesos fuertes el solar original del local, inauguró una "Fonda y Botillería", que se diferenciaba de las pulperías, por no tener rejas en el mostrador, y de los cafés, porque éstos no acostumbraban vender más comida que alguna guarnición.
Esta fonda fue el primer lugar en Buenos Aires que ofrecía puchero de gallina hervida, acompañada con vino carlón, una combinación grastronómica que luego se extendió a otros comedores de gente humilde y fue inmortalizada por el tango "Pucherito de gallina", de Roberto Medina.
El restaurante estuvo en principio en la calle Victoria (actual Hipólito Yrigoyen) 322, muy cerca de los históricos cafés "Tortoni" -inaugurado dos años antes- y el desaparecido "La Amistad".
En sus inicios ofrecía la entonces ya clásica y suculenta comida española y también algunos platos criollos, aunque su propietario publicitaba su oferta con carteles que rezaban "Gallina hervida, puchero de garbanzos, vino carlón, yerba y cigarrillos".
Una serie de cambios edilicios en esa zona de la ciudad, a principios del siglo XX (unificación de las plazas de la Victoria y 25 de mayo en la Plaza de Mayo y la remodelación del Cabildo, entre otros), llevaron a Manuel y Severino García -hijos del fundador- a mudar el restaurante a Victoria 1009.
Más tarde, la apertura de la avenida 9 de Julio y las obras del primer subterráneo obligaron a desalojar esa manzana, y el local fue trasladado a su actual ubicación, en Salta 93.
El Imparcial hizo honor a su nombre al vedar las discusiones políticas o religiosas en su interior, ya que siempre tuvo por vecinos a cafés muy politizados, donde se reunían federales, liberales, legisladores del cercano Congreso y también franquistas y republicanos durante la Guerra Civil Española.
Desde antes de la contienda en España, ya los partidarios de la República se reunían en el café Iberia y los franquistas en El Español, para luego ir a comer a El Imparcial, equidistante de ambos.
Los enfrentamientos entre esos inmigrantes eran frecuentes en Avenida de Mayo y alrededores, por lo que los García pusieron un letrero en la entrada que advertía: "Son prohibidos en este lugar, los debates de mesa a mesa y las discusiones de política y religión", para mantener la calma en el interior.
En 1965, el derrumbe del Hotel Victoria, que funcionaba en la planta alta, obligó a la posterior demolición del inmueble, que fue reconstruido en 1969, con su aspecto actual.
Además del tradicional puchero, El Imparcial resume en su carta la esencia de la gastronomía hispana, con jamón crudo serrano español, tablas de mariscos, calamaretis al estilo andaluz, paellas a la valenciana, pulpo de España y hasta bacalao noruego.
Uno de los postres de mayor demanda en sus inicios era la mazamorra dulce, que luego fue desapareciendo del menú, y actualmente los más tradicionales son la natilla y el arroz con leche.


Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado por la Agencia de Noticias Télam - Argentina)

martes, 26 de octubre de 2010

OMAR VIOLA "TRAFICAMOS EROS EN UN MUNDO DE TÁNATOS"


Un reportaje a Omar Viola es un ejercicio sanamente estresante, porque es imposible distraerse un instante, ya que este hombre hiperkinético, que armó su primera milonga cuando aún no sabía bailar tango, se expresa tanto con palabras como con gestos y manos, responde las preguntas con ejemplos, comparaciones y anécdotas, y la conversación salta en el tiempo y el espacio.

En su milonga Parakultural, en el Salón Canning, se baila, pero también hay gente que pinta un cuadro, toma fotografías, ofrece flores en las mesas o vende poemas; las paredes son una exposición permanente de cuadros y fotos, y los tangos se alternan con exhibiciones de baile árabe o folclórico, jazz o recitados de poesía.
“A mí la milonga me gusta como una expresión cultural donde se refleje la vida de nuestra sociedad y quiero que cada uno se sienta a gusto, haciendo lo que le plazca. No dejo que se convierta en un centro comercial, pero quiero que la gente se sienta como en su casa”, explica.
Así es su conducta personal: Citó a La Cadena en un café del tradicional barrio de San Telmo. Al ver llegar al cronista se levanta entusiasmado y corre a recibirlo en la puerta, lo saluda con un apretón de manos y un beso, lo acompaña entusiasmado hasta la mesa, le ofrece la silla y ordena un café, como si fuera un amigo que lo visita en su hogar.
Viola es también uno de los fundadores de la Asociación de Organizadores de Milongas, pero en su relación con el tango nada fue espontáneo, sino germinado desde su temprana adolescencia en el sur del Gran Buenos Aires, donde nació hace 55 años.
“Siempre me atrajo mucho lo artístico, lo cultural. Durante mi infancia y adolescencia vivíamos una época de cambio social, y había un mandato de compromiso social muy profundo, que inclusive llegaba hasta la lucha armada para tratar de lograr una sociedad más justa”, recuerda, y de inmediato hace un gesto como de disculpas con las manos y agrega: “pero yo siempre odié las armas y todo lo que fuera violencia”.
¿Cómo mantuvo ese compromiso, sin violencia, durante los “años de plomo” de Argentina, en los 70? Cuenta que desde lo sindical, porque trabajaba en la sección limpieza de una empresa, donde intentó armar una cooperativa. “No me fue muy bien –admite-, porque había mucha gente marginal y llegaban a las reuniones borrachos, y al final terminaron ganándome, porque yo me emborrachaba con ellos”.
Entonces intentó “armar algo desde lo independiente y me acerqué a la música y al cine”. En esos años Viola tocaba el violín: “Le puse música a una película, y sentí que hacía algo que iba mejor conmigo”.
Pero siempre fue inquieto e inconformista y “el cine no era acción directa. Yo quería algo más directo y empecé con el mimo, porque veía que ahí estaba el cuerpo y la acción”.
Estuvo unos diez años con una compañía de mimo y participó de espectáculos en Buenos Aires y Alemania, pero con la dictadura militar sufrieron la censura de varias obras.

La palabra Parakultural nació en 1986, en un espacio de música y teatro participativo que organizó en un sótano de la calle Venezuela, en San Telmo, donde no se bailaba tango y fue lugar de encuentro de artistas, algunos ahora famosos.
Le vuelve la sonrisa al recordarlo: “Era un sótano que conectaba con la red de túneles antiguos que sirvieron para el contrabando o la huida en el nacimiento de la ciudad, que por supuesto estaban cerrados. Era muy insalubre, tenía una humedad brutal pero tenía mucha magia”.
En 1990 mudó su Parakultural a la calle Chacabuco, en el mismo barrio, donde armó su primera milonga. “Ahí empecé mi compromiso mayor con el tango, junto con María Pantuso, Olcar Ramírez y Julio Balmaceda. María me convenció de organizar una milonga, aunque no le gustaba el piso, que era desparejo y roto, pero yo no entendía mucho porque todavía no bailaba”.
Los tangueros recuerdan este Parakultural y La Catedral como las dos milongas de pisos más ‘difíciles’, con grietas y pliegues, y donde el ambiente espeso mezclaba olores de tabaco, humedad y un discreto espliego de marihuana.
Viola lo admite pero aclara que “jamás hubo problema por la droga, porque lo único que se podía era fumar un porro, otra cosa no había. En realidad no se podía, porque estaba prohibido, como ahora, pero entre tanta gente alguien lo hacía y lo dejábamos, porque yo creo que las drogas no tendrían que estar prohibidas”.
Luego sostiene que “la marihuana favorece el encuentro”, pero rechaza la cocaína, porque “no me gusta a nivel estético ni por su efecto, porque el que consume se pone tenso, duro, y yo prefiero la gente que se relaja. Igual, yo no prohibiría nada”.
En esa época, comenzó a tomar a clases de tango, y confiesa “algo revelador que me pasó cuando fui a mirar a una milonga: veo una pareja que se detiene frente a mí en una pausa y quedan abrazados en un silencio, y yo entiendo que había todo un mundo sólo entre ellos. Entonces dije ‘si esto es el tango, yo quiero esto; me gusta esto que pasa entre estas dos personas, me encanta’”.
“Por eso me parece absurdo un campeonato de tango, es una aberración –expone con seriedad-. Creo que está hecho desde el punto de vista del marketing, no del punto de vista sustancial de la esencia del encuentro del tango”, y pregunta “¿Qué funcionalidad puede tener un campeón en una milonga? Ninguna”, responde.
También relata divertido su primer baile en una milonga: “Fue en el 91, en Unione e Benevolenza; tocaba la orquesta de Gigí de Angelis y el salón se llenó. Yo entré con una compañera de clases y fue un desastre, porque yo estaba acostumbrado a bailar en las clases y ahí era distinto, me cruzaba mal, chocaba, estorbaba, pero sobrevivimos. Después me agarró la adicción y quise ir siempre a la milonga”.
El Parakultural duró en Chacabuco hasta 1996, cuando cerró por presiones del dueño de un albergue transitorio vecino, quien se quejaba de la falta de privacidad que generaba el movimiento de gente a la noche, lo que la restaba clientes.
“Después, en el 97, los del Torquato Taso me dijeron que fuera con ellos, que tenían un subsidio del Estado, que yo era muy importante para la cultura, que iba a poder hacer mi proyecto y todo lo que quisiera, pero lo que les interesaba era quedarse con el público que yo convocaba, y al mes y medio me fui”.
De allí trasladó el Parakultural al ex teatro Arlequines, mientras en 1998 creaba La Catedral, en una fábrica abandonada del barrio de Almagro, y también experimentaba con una milonga callejera en La Boca. A fines de los 90 mudó el Parakultural al Salón Canning, donde aún permanece con las características descriptas.
A principios de 2005 –después del incendio de la disco Cromañón, donde murieron casi 200 personas- cerraron muchos locales bailables, entre ellos La Catedral, por falta de seguridad. Con resignación, acepta: “La Catedral fue cerrada, clausurada, y ese lugar es un emblema de algo que parecía imposible: este renacimiento verdadero del tango. Era un espacio independiente y convocaba a gente de todas partes del mundo, sin ser un sitio ‘for export’, que generalmente dan vergüenza, porque son una caricatura, con sus banderitas y lucecitas, un tango que no existe en la realidad”.
Sobre sus últimas experiencias, cuenta que tuvo durante unos meses La Nave de los Sueños, en el centro, y luego llevó esa propuesta, “Culto Orillero”, a Plasma, un local del barrio de Barracas, con la intención de retomar la idea del primer Parakultural, pero esta vez con espacio para bailar tango.
Viola es un innovador, pero desconfía de algunas innovaciones como las milongas gay y el tango electrónico: “Yo apoyo que haya una milonga gay, pero no tendría que haber una milonga gay sino milongas abiertas para todos, porque lo maravilloso es que se mezclen las nuevas tendencias y la gente tradicional”.
Del tango electrónico opina que “es muchas veces una postura conceptual y no es sustancial, porque hay mucha gente que sólo copia, mezcla algo creado por otro con otra cosa, para fabricar tango electrónico porque es algo que se vende, por oportunismo. Igual, para mí es válido, prefiero que pase eso a que no pase nada”.
Al cierre del reportaje, reflexiona sobre la violencia y las guerras y reitera: “Mi posición humilde está lejos de las armas, al contrario, está por el amor, y lo pongo en práctica gracias al tango. Quienes organizamos milongas, traficamos Eros en un mundo de Tánatos”.
Como si estuviera en su casa, acompaña al periodista hasta la puerta del café y, cuando vuelve a su mesa se despide con la frase que siempre cierra sus alocuciones ante el público tanguero: “¡Que siga la milonga!”.


Por Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado en la revista La Cadena, de Holanda, especializada en Tango)
*


lunes, 7 de junio de 2010

LOS JAPONESES CAMPEONES MUNDIALES DE TANGO

“CUANDO EMPEZAMOS A BAILAR TANGO, NO CONOCÍAMOS EL ABRAZO”




Una vez le preguntaron a su maestro de tango cómo abrazarse, y éste les respondió que lo hicieran de forma natural, entonces le preguntaron qué era un abrazo natural, porque en Japón no es natural abrazarse. Aprendieron y, el año pasado, Kyoko y Hiroshi Yamao ganaron el Campeonato Mundial de Tango en la categoría Salón, donde lo importante es el abrazo.



Parecen dos adolescentes: ella, pequeña y ágil, con ojos vivaces y risueños que ocupan gran parte de su rostro; su piel es tersa y tiene una expresión fresca de estudiante secundaria. Él es espigado y usa la típica barba rala de un joven que quiere parecer mayor. Pero Kyoko tiene 35 años y Hiroshi 39, y una carrera juntos que tuvo su apogeo el 29 de agosto de 2009, en el estadio Luna Park, cuando se consagraron campeones mundiales de Tango Salón.
El reportaje con este matrimonio se realizó en dos lugares. Primero, una milonga de la calle Niceto Vega, en Palermo, a la que fueron a ver una exhibición de los campeones del año anterior, Daniel Nacucchio y Cristina Sosa. Allí Hiroshi recibió a este corresponsal con un saludo al estilo argentino: un abrazo y un beso. También Kyoko.
- ¿Qué sintieron al momento de ganar?
- Estábamos esperando, como todos -cuenta Kyoko-, nerviosos, y cuando el locutor comenzó a decir lentamente el número, “trescientos noventa y...” yo supe que éramos nosotros, porque quedaban muy pocos de 300 y el nuestro era 397.
- Yo me había olvidado nuestro número -confiesa Hiroshi- y en ese momento repetía “ojalá que sea el nuestro”. Cuando dijeron 397 nos emocionamos, lloramos, reímos, nos abrazamos y no me acuerdo mucho más porque enseguida estábamos rodeados de gente que nos felicitaba, abrazaba y besaba, y las fotos y la alegría de amigos y bailarines.
Entre tanta algarabía en el escenario, hubo un momento en que Hiroshi giró la cabeza y exclamó un larguísimo “¡Fabiiii!” y abrazó a su maestro, Fabián Peralta, campeón mundial de Tango Salón -junto a Natacha Poberaj- en


2006.





- ¿Cómo entrenaron para el campeonato?

- (Hiroshi) Nada especial, la práctica de siempre. El año pasado participamos, pero llegamos a Argentina el mismo día de la final y no estábamos bien físicamente y no pudimos hacerlo bien. Este año vinimos dos meses antes, para aclimatarnos, ensayar con nuestro maestro, Fabián, y llegar descansados.
De a ratos, la charla se interrumpe y salen a bailar como una pareja del montón, como aseguran que lo hicieron en todas las instancias del campeonato. Bailan un mesurado estilo milonguero, siguen la ronda y marcan los pasos con precisión, sin figuras ni movimientos aparatosos, aunque algo rígidos, demasiado prolijos, como si el título les pesara en los hombros y supieran que todos los miran y no pueden cometer el mínimo error.
Hiroshi es de Kawasaki pero vive en Tokio, donde abandonó su trabajo en una fábrica de autopartes por el tango, al comenzar a bailarlo hace nueve años sin práctica alguna en otra danza. Ella, que era empleada y escribía textos periodísticos, llegó a la capital japonesa desde Yokohama, con experiencia en danza contemporánea, y entró al tango un año después, con él.
“Nuestros alumnos toman el abrazo sólo como una posición para
bailar,
entonces les explicamos que debe ser con sentimiento”

Un japonés de otra mesa invita a Kyoko y van a la pista.
- ¿Acostumbran bailar con otras personas?
- En general, yo no invito a bailar a desconocidas, pero a ella a veces la sacan, y acepta, pero preferimos bailar entre nosotros. En Argentina, cuando un desconocido quiere bailar con Kyoko me pide permiso; en Japón nadie pide permiso. Eso tenemos que enseñar a nuestros alumnos japoneses: los códigos del tango en Buenos Aires.
- ¿Qué es el tango para ustedes?
- Antes era sólo baile, después fue un misterio y ahora es una herramienta de comunicación y placer. De comunicación entre nosotros, porque cuando mejor bailamos mejor es la relación de pareja, y por eso queremos siempre mejorar nuestro baile.
- ¿Es difícil enseñar tango a los japoneses?
Kyoko, de regresó a la mesa, responde:
- Es difícil enseñarlo, como nos fue a nosotros aprenderlo. A nosotros nos costó mucho el abrazo, la corta distancia, el contacto cercano, pero ahora tenemos experiencia y podemos enseñar el sentido de todo eso. Nuestros alumnos toman el abrazo sólo como una posición para bailar, entonces les explicamos que debe ser con sentimiento. Cuando empezamos, nosotros desconocíamos el abrazo; le preguntamos al maestro cómo era el abrazo y nos respondió que debía ser un abrazo natural, pero no sabíamos cómo era natural, porque allá no es natural abrazarse.


La entrevista siguió un mediodía, en un restorán de Córdoba y Callao, donde compartían un almuerzo porteño: pollo al horno con papas.
Allí contaron que después de iniciarse con Kasumi Kuwabara, una de las pocas maestras de tango salón de Tokio, viajaron a Buenos Aires en 2006, y casi un año tomaron clases con Fabián y Valentina Villarroel, quienes les armaron una coreografía con la que en 2007 obtuvieron el tercer puesto en el Mundial, categoría Escenario, además del sexto en Salón.



“Los porteños -dice Kyoko- tienen una personalidad muy particular y cada uno su pensamiento, y está orgulloso de ello; en Japón, todos imitan o no tienen su característica propia, todo es más uniforme”.

Hiroshi asegura que este título producirá cambios en el tango en su país: “En Japón no se bailaba mucho tango salón, pero desde nuestro sexto puesto en 2007 empezó a cambiar y ahora se baila. Antes se bailaba más escenario, porque el único contacto era la visita de bailarines argentinos de escenario, que mostraban sus habilidades y entonces la gente quería imitarlos y querían aprender ganchos y figuras tipo profesional, pero eso está cambiando”.
A Kyoko le gusta bailar D'Arienzo, con Echagüe, y él prefiere a Fresedo, con Roberto Rey, y sus milongas predilectas son Sunderland, la Baldosa y Glorias Argentinas. “Las tradicionales, de barrio -explica Hiroshi-. A veces, sólo cuando vienen amigos del exterior, vamos a las del centro, del circuito para extranjeros”.-


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 CAMPEONATOS Y SOSPECHAS


Para los milongueros, el Campeonato Mundial de Tango es algo poco importante, una cosa ajena y lejana, reservada para profesionales o aspirantes a serlo, que le dedican el máximo de tiempo y esfuerzo, como en una carrera universitaria.


Además, desconfían de los jueces, porque así como resultó sospechoso que en 2008 aumentaran el número de finalistas para que entrara Maxi Copello (hijo del maestro Carlos Copello), en 2009 el rumor fue que se buscó beneficiar al turismo después de una muy mala temporada, y por eso ganó una pareja de Japón, un excelente mercado emisor de turistas de buen poder adquisitivo y admiradores del tango.
“En la Secretaría de Turismo están estudiando si el año próximo conviene darle el campeonato a Australia o Israel”, ironizó un colega que cubría el campeonato.
Sobre Hiroshi y Kyoko, todos coinciden en que son simpáticos, agradables y saben bailar, pero también dicen que tienen defectos de baile que un campeón no debería tener: flexionan las rodillas, miran el piso, son rígidos y poco naturales, “parecen empalados”, comentó el amigo.
Pero la verdad es que todos los participantes del campeonato parecían bailar igual, como queriendo demostrar en cada paso, casi milimétricamente, cuán bien cumplían con las reglas de la milonga.
Algunos finalistas permanecieron en Buenos Aires después del campeonato e iban a las milongas. En la pista parecían forzados a ser perfectos, como si estuvieran siempre bajo los ojos del jurado, mientras junto a ellos otros milongueros disfrutaban de un baile cargado de la naturalidad, soltura y picardía del tango argentino, totalmente desinteresados de los campeonatos, y sobre todo pleno de la personalidad de cada uno.-



Por Gustavo Espeche Ortiz
(Publicada en la revista La Cadena, de Holanda, especializada en Tango)


miércoles, 19 de mayo de 2010

EL CONCIERTO MÁS LARGO DEL MUNDO

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TOCÓ GUITARRA 100 HORAS PARA EL GUINNESS Y A BENEFICIO DE VICTIMAS DELTERREMOTO EN CHILE

Una nueva marca para el Libro Guinness de los Records estableció en Chubut el guitarrista argentino Guillermo Terraza, al tocar 100 horas seguidas, a beneficio de las víctimas del terremoto en Chile.

El fin de semana viajé a Comodoro Rivadavia, la capital del petróleo, para cubrir El Guitarrazo, que había empezado el miércoles mi amigo Terraza en esa ciudad del Atlántico. A Guillermo lo conocí en Italia en 2003, cuando dirigía la compañía en la que tuve una breve experiencia bailando tango de manera profesional durante los Festivales de Verano en ese país.
El llamado "Concierto Más Largo del Mundo” se realizó en el club de boxeo La Fábrica (en la ex planta de Kenia). Lo acompañaron en forma rotativa otros músicos, bailarines y cantantes, ante un público que también se iba renovando con el correr de las horas.

A las 23.11 del sábado sumó 73 horas y 16 minutos, con lo que destronó al indio Akashap Gupta, quien en 2009 había tocado 73 horas 15 en su país. Guillermo quería llegar a las 120 pero los médicos no le autorizaron más de 106, por lo que se conformó con completar la marca fijada en 100.

En la madrugada del sábado, cuando iban unas 55 horas, cabeceó algunas veces y parecía que su vigilia acababa, pero el público y artistas que lo acompañaban reforzaron su aliento, en tanto médicos y enfermeros le colocaban compresas frías en los músculos que comenzaban a agotarse. En la tarde y noche de ese día llegaron nuevos amigos y colegas y su ánimo pareció renovarse.
Llegada la noche nuevamente entró en una etapa que parecía de transe, como dormido con los ojos abiertos, y en los descansos de 30 segundos entre los temas, hablaba poco y me parecía que hilaba con dificultad las frases.
Después del concierto, me contó que es una técnica de concentración que usa para descansar el cuerpo y mantener la mente despierta; algo así como el "sueño blanco" de los colectiveros y camioneros, aunque menos riesgoso.
Además, acumulaba los cinco minutos de descanso por hora que permite el Guinness para tomarse una hora completa, aunque hasta la madrugada del domingo casi no había dormido y sólo recibía masajes. Después de las 4 de ese día, se tomó su primera siesta verdadera, cuando ya estaba disfónico, con unas amplias ojeras y las yemas y uñas destrozadas, pese a que sus asistentes los cubrían con bálsamos, cicatrizantes y hasta La Gotita.


El domingo a la tarde llegó a las 90 horas y la euforia del publico y amigos parecía renovar sus fuerzas a cada momento. Se levantaba, se envolvía con la bandera argentina, tocaba de pie y animaba a los otros músicos.
A la 1.54 del lunes, el reloj que contaba los segundos -que fueron coreados por el público en el último minuto- pasó de 99.59.59 al cero total, al llegar a su límite de 100 horas, pero él siguió unos minutos más, sin dejar la guitarra mientras lo felicitaban, lo abrazaban y lo besaban.
Luego el escenario y quienes estaban en él fueron regados con champán y, tras recibir el certificado del fiscal del Guinness, Mike Janeta, quien llegó desde Nueva York para el Guitarrazo, Terraza se entregó a un descanso reparador.
Sin embargo, durmió sólo cinco horas y a la noche me invitó a una cena para un reducido grupo de amigos, en la que él cocinó unos fideos con una espectacular salsa de frutos de mar. Creo que está totalmente loco, qué bueno.
Terraza nació en Comodoro y entró al Libro Guinness en 2000, al tocar 36 horas seguidas en esa ciudad. Luego se superó tres veces en Italia -donde reside- al tocar 41 horas en 2003, 42 en 2005, y 50 horas en 2008.
Para obtener fondos durante El Guitarrazo, se colocaron urnas para donaciones, se realizaron sorteos y se cobró 10 pesos la entrada, todo fiscalizado por la Federación de Comunidades Extranjeras de Comodoro, que reúne 23 grupos de inmigrantes. De todos modos, hasta ayer, la Secretaría de Cultura de Comodoro no me supo informar cuánto se recaudó.
La organización estuvo a cargo de la Municipalidad local y contó con el apoyo del gobierno de Chubut, la Federación de Comunidades Extranjeras y el Consulado de Chile.-

Por Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado parcialmente por la Agencia de Noticias Télam - Argentina)