
Otras particularidades de este circuito son un río que corre "a contramano" de los otros de la región y la posición en que se encuentran esos estratos sedimentarios que fueron empujados por fuertes cataclismos de la prehistoria que los inclinaron y dejaron a muchos en posición vertical y hasta llegaron a invertirlos respecto de su orden original.
La excursión se hace siempre con guía y en vehículo y consta de
dos partes: los cerros con sus franjas de colores, que son el eje de la
propuesta, y el acceso previo, a lo largo de 24 kilómetros por
lechos secos de ríos, donde el atractivo tiene que ver con el conocimiento del
guía y su capacidad para explicar detalles que no surgen a simple vista del
recién llegado.
Paisaje Interactivo
La entrada es un camino de ripio que surge hacia el norte en el
kilómetro 133,5 de la
Ruta Nacional 76,
a unos 10 kilómetros al sudeste del acceso principal al Cañón del Talamapaya. Al principio el vehículo rueda sobre amplias
"planchas" -canto rodado desparramado por los desbordes de ríos
durante las lluvias y piedras partidas por la amplitud térmica- también
llamadas "pavimento del desierto". Es un trayecto para conocedores,
sobre huellas y cauces secos, entre matorrales y arbustos bajos y espinosos que
hacen que todos los rumbos posibles parezcan iguales.

Por eso, los turistas sólo pueden ser llevados por choferes
habilitados de la
Cooperativa Talampaya de guías, quienes además saben cómo
actuar cuando lluvias imprevistas llenan en segundos los cauces con el agua
correntosa y rojiza, cargada de lodo y arena, que arrastra árboles, piedras,
animales muertos y cualquier otro obstáculo, como podría ser un vehículo. Los
vaqueanos que nos llevaron en esta oportunidad
fueron Ariel Bergara y Camilo Ormeño, ambos de la cooperativa y de Pagancillo, un pueblo ubicado a unos 40 kilómetros al
noroeste, sobre la misma ruta.
Camilo mostró la tierra escamada sobre la que conducía y comentó
que "la arcilla se reseca sobre el suelo y cuando llueve se vuelve
impermeable; entonces el agua no la penetra y corre muchos kilómetros, y cuando
pasa la lluvia todo queda igual de seco que antes".
A poco de ingresar, cuando los matorrales que rodeaban la combi se
extendían hasta casi el horizonte, la única referencia que quedaba, hacia el
sur y más allá de la ruta ya invisible tras dunas y pastizales, eran las
Sierras Moradas, que separan Talampaya del Valle de la Luna (en San Juan), ambos
parte del complejo geológico de Ischigualasto y declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000.
"Ahora vamos sobre el único río de la zona que acá corre de
sur a norte, a diferencia de los otros que vienen del lado del Valle de la Luna , por eso se llama río
Mañero", comentó el chofer. Luego nos preguntó-afirmó "ven que parece
que el río baja? Bueno, es una ilusión óptica, porque en realidad vamos
subiendo", varios asintieron, aunque a mí quizás no me afectó esa ilusión óptica, porque todo el tiempo me pareció que estábamos subiendo.
"Ahora entramos al río Ontiveros", dijo girando a la
izquierda y mostró una duna sobre la que debió subir de apuro con su camioneta
durante la última lluvia -cincuenta días antes- cuando el río comenzó a crecer peligrosamente mientras circulaba por su cauce. Al tiempo que conducía lentamente
por el arenal del lecho, mostraba otros cursos que desembocaban en ese río y en
el Mañero, que otrora fueron la ruta para llegar al Cañón del Arco Iris, pero
las lluvias los cerraron o desviaron hasta destinos inciertos que nada tenían
que ver con el destino de la excursión, por lo que los guías establecieron la
ruta actual (hasta la próxima lluvia).
Sobre el cauce aparecían algunas retamas, arrastradas con sus raíces
por la última crecida, y otras incrustadas contra los algarrobos blancos que
normalmente crecen junto a los cursos de agua. Algunos de estos árboles estaban con sus
raíces al aire tras la erosión causada por el agua sobre la costa arenosa.
El Arco Iris

"El verde es óxido de cobre, el amarillo de azufre, el rojo
de hierro, el gris o negro es ceniza volcánica o carbón de vegetales quemados
por volcanes y mezclado con sedimentos y el azulado es azufre con
cenizas", explicó Ariel, y también mostró unas finas vetas blanquesinas a
causa del yeso.
Respecto del rojo -que es predominante en el parque- aclaró que su
tonalidad varía "si la oxidación del hierro fue en superficie o bajo el
agua", cuando la zona era lago o mar, y también mostró los
"conglomerados", unas vetas de "lava con todo tipo de
mineral".
Dos altos paredones bordean la estrecha garganta por la que se
debe caminar entre grandes piedras que pueden ser de formas suaves o bordes
filosos, y por gruesas arenas rojizas o sobre planchas de piedra tan lisas que parecen
lustradas.
Los paredones son desparejos, con aristas como cristal quebrado
que sobresalen hacia el sendero, y sus estratos no están apilados
horizontalmente como en muchos otros cañones, sino inclinados o hasta
verticales.

Al decir "nuevos" se refería a la formación Chañar, de
tono verdoso, que tiene unos 220 millones de años, en tanto Los Rastros es gris
y de 230 millones, Tarjados rosado y de 240 millones y la más antigua,
Talampaya, es de 250 millones de años y un rojo más intenso.
"Ahora se podría decir que estamos caminando sobre los bordes
de las páginas", añadió, con el libro en vertical, y además mostró un
estrato blancuzco en la pared cerca del suelo, a la altura de la mano, que se elevaba por el cañón suavemente hasta llegar a más de 100 metros de altura y
ser visible a la distancia también en la pared opuesta.
Como todo paseo en la zona, este cañón cuenta con geoformas,
aunque nada monumentales, a las que el imaginario les dio nombres sin demasiada
creatividad y que a veces exigen gran esfuerzo del visitante para
identificarlos, como "lobo marino", "tortuga",
"sapo", "pan dulce" o "patas de elefante".
Tras unos mil metros de caminata de baja dificultad, las paredes
se vuelven corrugadas y de un tono marrón oscuro, lo que lleva a muchos a ver
en ellas chocolate en ramas, sin que la comparación parezca descabellada. A la
vez, el piso se torna más escarpado
hasta culminar en un callejón sin salida donde una pared marca el fin de la
excursión.

Las aguas que invaden el cañón, dicen los guías, conforman un espectáculo
impresionante visto desde arriba del barranco, pero por el momento está vedado
a los turistas, ya que cuando ocurre ese fenómeno no se permiten excursiones.
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FLORA Y FAUNA (Recuadro)
Los arbustos y matorrales del desierto parecen todos iguales a simple
vista en el circuito del Cañón del Arco Iris (bajos, tallos oscuros y al
retorcidos, hojas pequeñas, espinosos) pero la variedad es amplia, en tanto la
fauna, también variada, es escurridiza y por lo tanto muy apreciada por los
cazadores fotográficos y turistas en general.
Desde el camino, el guía Camilo diferencia claramente esas plantas
achaparradas y las identifica para los foráneos. Algunas de ellas son las dos especies
de jarillas (común y puspús), retama, cachiyuyo, sampa, crucita, sanalotodo o
muña muña, jume, uña de gato, chilca, cola de quirquincho, tusca, suncho y
bailabién.
Además, dio casi una clase sobre las propiedades de estas plantas:
el cachiyuyo es un buen piojicida; con el jume negro se hacía jabón para la
ropa; la jarilla común, hervida en agua con sal, es buena para la inflamación y
dolores de pies; también es bueno tirar una rama de esta planta en las brasas
del asado para que la carne tenga un mejor aroma; la jarilla puspús tiene olor
desagradable, pero se utilizaba para los techos de casas, ya que es resinosa y
sirve de impermeabilizante.
El sanalotodo o muña muña, una plantas de las más bajas, es un
buen afrodisíaco si se lo bebe comoinfusión, y según los guías era muy
consumida por el ex presidente Carlos Menem, originario de La Rioja.
La hierba del soldado (o yerba del soldado) recibe este nombre
porque era usada, también en infusión,
para curar a los soldados de enfermedades pulmonares, durante la guerra
por la
Independencia. También es útil para infecciones y
enfermedades venéreas.
El suncho puede ser un indicador de la existencia de ríos
subterráneos, ya que sólo crece donde hay mucha humedad para el desierto, y las
breas se destacan por su tallos verde fresco -ya que éstos efectúan la
fotosíntesis que no pueden concretar sus hojas diminutas en forma de espinas.
El algarrobo es el árbol típico de la región, vive cientos de años
y sus raíces pueden penetrar el suelo hasta unos 70 metros , en busca de
agua. De su chaucha se puede hacer harina patay, que ahora se sabe que es buena
para comidas para celíacos, y también una bebida alcohólica llamada
"aloja".
Las hojas de la chilca dulce se pueden masticar durante el paseo y,
con su sabor dulzón similar a los de los chicles que se venden en kioscos,
sirve para calmar la sed.
Fauna
Desde el lecho del río seco convertido en camino se pueden ver en
las dunas huellas de guanacos, liebres maras, pumas, suris -como llaman en La Rioja al ñandú-, zorros y
quirquinchos, y a veces a algunos de esos ejemplares a la distancia.

Los mamíferos de mayor tamaño en el lugar son los guanacos. A veces
es posible ver una "guanacada", constituida por unos 30 o 40
ejemplares que son muy jóvenes o muy viejos y hembras que no procrean, por lo
que tampoco son acepadas en un harén. Los harenes se componen de un macho y una
decena de hembras y, con un poco de suerte, el visitante puede asistir a un
combate entre un guanaco joven y otro maduro, definiendo cuál tomará el mando y
cuál será expulsado.-
Por Gustavo Espeche Ortiz
Adaptación del artículo publicado en la Agencia de Noticias Télam
Tu tierra merece ser conocida, Jorge.
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