sábado, 9 de abril de 2011

LIHUÉ CALEL ES UN OASIS EN EL DESIERTO DE LA PAMPA SECA

 Unas elevaciones azuladas, como una pincelada apenas más oscura que el cielo, se destacan en el lejano horizonte de la pampa seca, cubierta de bajos pajonales hasta el fin del mundo visual. Tras un largo viaje por la ruta solitaria pueden parecer otro espejismo de los que la mitología urbana adjudica a todos los desiertos, pero son reales: las sierras de Lihué Calel.




En el centro sur de La Pampa, una de las zonas más yermas del país, estas serranías lindantes con un salitral mantienen un microclima especial, una bocanada de humedad con una biósfera tan compleja como sensible que motivó la creación del Parque Nacional Lihué Calel para protegerla. Con pequeños bosques y dos arroyos que no siempre tienen agua, sus 20 mil hectáreas son hábitat de una variedad faunística insólita para la región: 173 tipos de aves, 42 de mamíferos, 25 de reptiles y cuatro de anfibios, además del 50 por ciento de las 850 especies que componen la flora de la provincia.
También hay restos arqueológicos de los primeros habitantes de esas tierras, como enterratorios y pinturas rupestres, y los que quedaron de la historia posterior, que incluye la dinastía de los Curá, las rastrilladas indígenas, la Campaña al Desierto y la estancia Santa María, expropiada en 1964 por la provincia y luego traspasada a Parques Nacionales.
Las sierras no son un espejismo, pero su imagen no está exenta de las ilusiones ópticas con que juegan todos los desiertos, porque no son tan altas como parecen desde la ruta al contrastar con la hasta entonces infinita llanura, ya que la más elevada no llega a los 600 metros. Luego, de cerca, se comprobará que tampoco son azules.

LA RUTA DE LA MUERTE
En un recorrido que para el centralismo capitalino podría ser un “viaje al revés”, esta aproximación a Lihué Calel no es la típica desde Buenos Aires, con parada en Santa Rosa -como sugiere la mayoría de las guías- sino desde el sur, entrando desde Río Negro y rodando los últimos 120 kilómetros hacia el este por una recta interminable de la ruta nacional 152.
Durante horas, el camino es una línea gris que avanza por suaves lomas entre dos llanuras simétricas de matorrales opacos, a veces cubierta por espesas nubes de polvo amarillento generadas por lo que queda del viento patagónico, que aún en esas latitudes se hace sentir con fuerza con el gentilicio de El Pampero. A la 152 todavía la llaman “la ruta de la muerte” -como a otras en varias provincias- debido a su historia de accidentes fatales  causados por la monotonía y soledad del trayecto, que derivan en sueño o entumecimiento de reflejos en los conductores, aunque también por el viento.
Tras esa recta aparece Puelches, que a pesar de su aspecto de pueblo fantasma es una parada obligada debido a su estación de servicio y su cafetería, que garantizan la continuidad del viaje hasta una próxima urbe. Los siguientes 35 kilómetros pasan rápido y luego de una seguidilla de curvas y contracurvas aparece a la izquierda una construcción semejante a una tranquera, que es la entrada al parque, al que varias cartografías y la Dirección Nacional de Vialidad Nacional se empeñan en llamar Lihuel Calel.

EL OASIS
Dentro de la reserva, un camino de ripio en suave pendiente baja hasta el pedemonte, donde junto al arroyo Namuncurá -un agonizante hilo de agua entre rocas y pastos- se encuentra el camping, con sus mesas, sanitarios y duchas, en medio de un bosque de caldenes y sombras de toro, bajo los cuales la retama y la hierba lucen un verde fresco y zumban numerosos insectos que se guarecen del calor. Sobre un promontorio cercano está la oficina de los guardaparques.
Ya en el camping las sierras pierden su tono azulado y en sus numerosas rocas de origen volcánico fragmentadas predomina el rojo oscuro, con espacios verdosos, blancos y amarillos, según los líquenes, residuos salitrosos y minerales de su superficie.
Con un poco de audacia y bastante agua de reserva, en las tardes es posible recorrer los seis kilómetros de la senda peatonal que bordea el Namuncurá, al final de la cual, siguiendo el curso del Arroyo de las Sierras hacia la izquierda, se caminará por el sendero de interpretación Valle de las Pinturas. A la derecha de éste se verán los restos del casco de la estancia Santa María.
Ese recorrido conduce a las pinturas rupestres y cuenta con carteles indicadores y explicativos sobre estas obras, que están al final de sus 600 metros, bajo un alero natural de piedra. En los petroglifos, de más de mil años de antigüedad, predominan las líneas negras sobre ocres y rojo ladrillo intenso, con figuras a veces geométricas, similares a guardas, y círculos concéntricos. 
El ascenso al cerro De la Sociedad Científica es uno de los paseos más interesantes y culmina en el mirador natural de la cima, a 590 metros de altitud, desde donde se domina con la vista todo el parque y sus alrededores. El cielo está siempre dominado por los rapaces de la región, como águilas, jotes, caranchos y halcones, que sobrevuelan en círculos en busca de alimento o simplemente flotan aprovechando las corrientes de aire cálido.
Si bien la subida demanda una caminata de mediana dificultad de unos mil metros de extensión total, es recomendable hacerlo muy temprano, porque en las horas más tórridas el visitante corre riesgo de una insolación o deshidratación, ya que difícilmente pueda portar toda el agua necesaria.
Otra opción es el recorrido circular del Valle de los Angelitos, que parte de las oficinas de los guardaparques, en el cual se pueden avistar desde muy cerca, bajo caldenes y sombras de toros, familias de guanacos, jabalíes y hasta algún ciervo colorado descansando en la quietud de la siesta, semioculto entre espinales y alpatacos. Como todos los recorridos, se puede realizar a pie, pero sus aproximadamente 15 kilómetros hacen aconsejable utilizar algún vehículo
El parque alberga otras especies que sólo se pueden ver con más paciencia o suerte, entre ellos el zorro gris, el ñandú, la mara y la iguana colorada. Otras, nunca se acercan a la zona de uso público, en especial felinos, como el puma, el gato del pajonal y el gato moro, aunque su presencia está comprobada dentro de las 20 mil hectáreas de la reserva, que con la  anexión del vecino Salitral de Levalle  serán más de 32 mil. 
A diferencia de otros parques nacionales, nadie va a Lihué Calel de vacaciones. La mayoría de las visitas son gente de paso, que ha aumentado desde que la ruta fue arreglada y muchos la utilizan para ir a San Carlos de Bariloche, o quienes lo hacen por un motivo puntual, como los fanáticos de la observación de fauna y estudiosos de la biodiversidad.
También llegan contingentes de alumnos de colegios y universidades de La Pampa, en salidas de esparcimiento y contacto con la naturaleza o como parte de su formación. 
Como el acceso y uso del camping son gratuitos, a veces paran viajeros a quienes la noche los alcanza en la Ruta de la Muerte y, aunque ahora está asfaltada, bien señalizada y más concurrida, el mote no deja de inquietarlos y prefieren no conducir y pernoctar en ese pequeño oasis.



Por Gustavo Espeche Ortiz
Publicado en la revista Rumbos y en la Agencia Télam

1 comentario:

  1. Hola muy interesante tu nota , te hago una consulta es una ruta muy transitada o mas bien , nula y en que epoca del año hay viento ? por que es eso lo que busco viento . no muyyyyy fuerte algo asi como 40 km . si me contestas te digo cual es la idea!


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