
El sur de la provincia de Chubut fue alguna vez fondo marino, luego una selva con lagos y pantanos en un clima subtropical y finalmente un desierto de rocas áridas, en el que como testimonio de ese pasado de decenas de millones de años hoy queda el bosque petrificado más grande del mundo.
En la soledad de la meseta del sur de Chubut, a unos 150 kilómetros al oeste de Comodoro Rivadavia, la ruta provincial 26 hace una curva cerrada tras la cual surge a la vista el verde valle del río Senguer, regado por una red de canales originados en este curso de agua, en el que dos grandes lagos flanquean una de las ciudades más antiguas de la Patagonia : Sarmiento. A 30 kilómetros de allí, en un ambiente agreste, seco y pedregoso, se encuentra el mayor bosque petrificado del mundo.


Pronto aparecen las típicas mesetas escalonadas y sierras aisladas de la Patagonia , precedidas por un conjunto de leves lomas de estratos rojizos y ocres, con finas franjas blancas, que contrastan con el cielo azul impecable del mediodía. Cada capa fue conformada en un período geológico de duración inconcebible para los tiempos humanos, por lo que se podría decir -parafraseando a Napoleón ante las pirámides egipcias- que desde esos estratos, unos cien millones de años nos contemplan.
Al final del camino, aparece el valle que una vez fue fondo marino, donde al retirarse el océano quedaron lagos y pantanos en un clima subtropical, que albergaron una fauna variada -probada por los muchos hallazgos paleontológicos de la zona- y una selva con coníferas y palmeras que llegaban a los cien metros de altura. Al surgir la cordillera de los Andes en la Era Paleozoica o Terciaria, hace unos 70 millones de años, los vientos del Pacífico perdieron su humedad al oeste de las montañas y azotaron áridos y furiosos la región, lo que sumado a erupciones volcánicas acabó con ese vergel.
ARBOLES DE PIEDRA
En la entrada de la reserva natural se encuentra la casilla de los guardaparques, donde hay que estacionar e iniciar el recorrido a pie con un guía, que puede ser de la municipalidad o particular contratado en la ciudad. El bosque petrificado Ormaechea no es -aunque su nombre lo sugiera- un bosque, es decir un conjunto de árboles de piedra, como esculturas enhiestas, sino sus restos tras un proceso de fosilización.
El circuito turístico, de unos dos kilómetros con media docena de miradores, algunos de los cuales permiten observar en toda su amplitud el Valle Lunar, cuenta con unos carteles con referencias para autoguía. Sin prisa, se puede completar el recorrido en algo más de dos horas.
Pero el bosque es mucho más grande: Tiene unos 80 kilómetros de norte a sur por cuatro de ancho, y alberga decenas de miles de troncos, ramas, astillas, frutos y semillas fosilizados. Los millares de gruesos troncos, de tonos marrones, rojos y amarillos, descansan junto al sendero o dispersos por el valle, salvo algunos que por su tamaño o forma especial fueron colocados en puntos claves para una mejor observación.
El perfecto estado de conservación engaña la vista, ya que parecen rollizos o leños cortados y secados recientemente, en algunos casos con su corteza y ramas diminutas, pero basta tocarlos para sentir la frialdad mineral o golpearlos suavemente con una astilla para oír el sonido seco del choque entre dos piedras. En algunos troncos cortados transversalmente se ven con claridad los anillos de su crecimiento, mientras en otros la erosión horadó ventanas de variado tamaño o huecos longitudinales que los asemejan a rústicos tubos.

IMPACTO AMBIENTAL

Sin embargo, la mayor depredación sucedió en la década del 60, con el auge petrolero en Chubut, cuando los empresarios del sector descubrieron el lugar y los camiones salían cargados con grandes fósiles que iban hacia el exterior, ante la vista impotente de los lugareños. Para evitarlo, en 1970 el valle fue declarado Reserva Natural Provincial.

En los últimos tiempos, Sarmiento incorporó un equipo de guardaparques y guías oficiales, lo que hizo disminuir en gran medida la “depredación hormiga” que practicaban muchos de sus cerca de 10 mil turistas anuales, a veces con un guiño cómplice del guía, que falto de conciencia ambiental sólo pensaba en la propina que recibiría.

El polvo que el viento levanta de este desolado valle se expande imperceptible por la región y genera unos hermosos crepúsculos rojo sangre, más bellos aún si se reflejan en sus lagos, donde bandadas de aves zancudas se elevan contra el sol en el momento exacto para la postal.-
Por Gustavo Espeche Ortiz
Publicado en la Revista Rumbos y, en menor tamaño, en la Agencia de Noticias Télam
Encontré tu blog a través de nuestro compartido gusto por Paul Auster y El país de las últimas cosas. Lo encontré muy interesante y me gustaría seguir leyendolo. Saludos.
ResponderEliminarGracias Xixe. Disculpá que respondo con tanto atraso, pero no sabía hasta hoy cómo ver los comentarios a mis entradas. Saludos.
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