martes, 27 de abril de 2010

PARQUE NATURAL "PATAGONIA AUSTRAL"


COSTA DE CHUBUT 

El Parque Interjurisdiccional Costero Marino “Patagonia Austral” es la primera reserva natural del país que abarca continente y mar, incluidas 42 islas y el lecho. Cuenta con una nutrida fauna avícola y de mamíferos acuáticos y terrestres, está ubicado al norte del golfo San Jorge, en Chubut, y es administrado entre Parques Nacionales y esa provincia.


Esta flamante reserva natural de unos 200 kilómetros cuadrados en tierra y 600 en el mar, creada por la Administración de Parques Nacionales y Chubut, es la primera del país que incluye espacios continentales y marinos, con una nutrida fauna avícola –con más de 50 especies- y de mamíferos acuáticos y terrestres, además de la flora característica de ambos espacios. Comodoro Rivadavia, lo incluyó en 2009 a sus nuevas opciones turísticas, con la posibilidad de recorrer la reserva natural, partiendo de esta ciudad, por aire, tierra y mar.
En el aeroclub local se puede contratar una avioneta para sobrevolar el parque y observar a baja altura los farallones en sus más de 100 kilómetros de costa y las islas rojizas de bordes amarillentos, que contrastan con el azul único del mar patagónico.
Desde el aire también se pueden ver el poblado de Camarones, cuya principal actividad es la pesca del salmón –tanto, que tiene un monumento a este pez-, y el caserío de la estancia alguera Bahía Bustamante –casi tan grande como Camarones-, que quedaron dentro del parque. Los únicos animales que es posible divisar desde la altura son las ballenas y orcas cuando la atmósfera está diáfana.
Otra opción es hacer una travesía en 4x4 desde Comodoro, por el difícil camino de ripio y rocas de la ruta provincial 1, con tramos que se pueden recorrer por la playa junto a acantilados, pero sólo cuando la marea está baja, por lo que es conveniente ser acompañado por un guía vaqueano.
También es posible trasladarse a Camarones por la Ruta Nacional 3 y, desde allí, recorrer su archipiélago y accidentes costeros en lancha, junto a las grandes aves marinas patagónicas que sobrevuelan las embarcaciones y las toninas y algún delfín que las acompañan con sus piruetas desde el agua.
Éste es el paseo que permite observar más de cerca la variada fauna marina, que incluye petreles, gaviotas, gaviotines, cormoranes y patos, entre otras aves que surcan el cielo a baja altura en busca de alimento en las 38 especies de peces que habitan las aguas. En las costas de islas, islotes y puntas hay colonias de pingüinos magallánicos y flamencos.
La mayor concentración avícola se registra en la llamada Isla Blanca, un promontorio rocoso que toma ese nombre debido a estar su superficie virtualmente teñida de ese color por el guano de las aves. En este islote también hay una importante colonia de lobos marinos, que es una de las 10 especies de mamíferos de mar que habitan la reserva.
El mamífero terrestre que más abunda en las islas grandes y en profundas puntas de la costa –o al menos el más visible- es el guanaco. En algunos lugares se los ve caminando junto a los pingüinos, cormoranes y “patos vapor”.
Camarones es un típico pueblo pesquero. Tiene unas 20 manzanas pobladas, con un embarcadero y algunas construcciones de principios del siglo pasado, del estilo portuario inglés. Una de sus principales atracciones es la Casa Museo de Juan Domingo Perón, donde vivió de niño el ex presidente, que guarda muebles y algunos recuerdo de esa época, más numeroso material de cuando se convirtió en el líder del Justicialismo.
Además de este parque natural único en el país, Comodoro Rivadavia es punto de partida hacia balnearios, lagos y bosques petrificados de Chubut y su propuesta turística incluye, dentro de su casco urbano, las tradicionales visitas a los museos del petróleo, ferroviario y arqueológico, o un recorrido por su parque eólico, en el ejido de la ciudad.-

Por Gustavo Espeche ortiz

(Publicado por la Agencia de Noticias Télam - Argentina)




martes, 20 de abril de 2010

METAMORFOSIS EN LA MILONGA


Hay quienes aseguran que el tango iguala a la gente, porque en la pista desaparecen las diferencias sociales, económicas o intelectuales de la vida cotidiana. Es cierto, pero a algunos el tango sólo los transforma y en la milonga ostentan valores distintos a los que poseen en el mundo exterior.

El hombre entró a la milonga con expresión temerosa y desde sus gruesos anteojos miraba en derredor con rápidos y cortos movimientos de cabeza, como descubriendo un ambiente desconocido. De estatura media y unos kilos de más, era uno “del montón”, quizás empleado bancario o burócrata de ministerio; pero ojo: calzaba unos cuidados zapatos bicolor de tanguero.
Pasaron varias tandas y no bailó, hasta que sonaron los dos Angeles (D’Agostino y Vargas); entonces se quitó los anteojos, se levantó y cabeceó a una mujer. No era una joven de las más bonitas y apetecibles, sino una milonguera adulta, quizás la que mejor bailaba esa noche. Entonces, el tímido burócrata se transformó en un milonguero de postura firme y mirada segura, con un gesto desafiante que parecía decir “acá estoy yo”; Clark Kent porteño que dejó su traje gris y sus gafas y volaba glorioso con su capa roja. Sus pasos coincidían con cada compás, como si la orquesta respetara el movimiento de sus pies, y ella (la veterana) se apilaba segura, cerrando los ojos, sobre el pecho confiable que la guiaba marcándole ochos, giros y ganchos y la hacía pisar en el lugar exacto para ni siquiera rozar a otras parejas, en una pista difícil.
Quizás era un oficinista, con un jefe autoritario que lo hostigaba y bellas secretarias que lo ignoraban o despreciaban, pero en la milonga le bastó una tanda para ganarse el respeto de los hombres y la ansiosa mirada de las mujeres que deseaban que las bailara.
Hay quienes durante el día llevan una vida miserable, con problemas económicos, laborales, familiares o de vivienda, y descubren que todo eso se queda en la puerta de la milonga y, si son buenos en la pista, allí pueden convertirse en alguien “importante”. Por ello, muchos hacen del tango su vida, como un Mr. Hyde que quiere que nunca amanezca para no volver a ser el doctor Jekyll.
Si uno espía la intimidad de quienes cada noche van a una o dos milongas -salvo los bailarines profesionales- puede encontrar historias tristes o dramáticas, que podrían ser trágicas si el tango no les diera esa vía de escape de la realidad.
Algunos profesores alientan ese cambio. Raúl Cabral decía en una clase que “si un hombre llega a la milonga agobiado por problemas, con los hombros caídos y la mirada cansada, ninguna mujer siquiera lo mirará; por eso el tanguero, unos metros antes de entrar a la milonga, automáticamente toma aire, saca pecho, levanta la cabeza y entra imponente y pisando firme, hecho un ganador”.
La maestra Graciela González explica a sus alumnas que la dama debe ser “una leona, dominante y soberbia”, cuya mirada no debe suplicar al hombre que la invite a bailar, sino que, como una orden, debe generar el deseo de abrazarla que desemboque en el cabeceo. Por algo a la Negra la llaman "La Leona del Tango".
Esos cambios son posibles en la milonga debido a su origen y ambiente casi clandestino, reservado-, donde no se hacen preguntas personales, como apellido, estado civil o domicilio. Y quien pregunte, no investigará la veracidad de las respuestas, por lo que cualquiera puede inventarse una vida ideal.
Quienes más lo hacen son los hombres, quizás porque en promedio tienen -en la milonga- un nivel socio intelectual, y a veces económico, inferior al de las mujeres, cuya mayoría es de clase media, profesional o autónoma. El machismo los hace mentir para no sentirse inferiores a ellas.
ALGUNOS CASOS
Fabián no terminó el secundario y a los 25 años trabaja en un lavadero de automóviles. Un día, cuando una clienta bajó del coche para que lo limpiara comprobó que era una médica, algo mayor que él, a la que siempre sacaba a bailar en La Viruta y con quien sólo conversaba en los entretangos, sin hablar nunca de su trabajo. “Por suerte no me vio -contó aliviado-; me hubiera dado vergüenza y no sé si me hubiera animado a invitarla a bailar de nuevo, o si hubiera vuelto a La Viruta”·
Algo similar le ocurrió a una profesora de tango -de segundo nivel- cuyos ingresos reales obtenía como empleada doméstica por hora, aunque en la milonga siempre vestía a la última moda. Era su secreto, hasta que un día la llamaron para hacer la limpieza de una casa, que resultó ser de una de sus alumnas. La historia la relató la alumna -sin hacer nombres-, quien ante el ataque de vergüenza y llanto de su maestra le prometió que guardaría por siempre el secreto, ya que ésta parecía dispuesta a abandonar el tango.
Ivanna es psicóloga y contó que varias veces fue a desayunar tras la milonga con Francisco -conocido como “Charles Aznavour”, por su parecido con el cantante-, quien vestía siempre de elegante sport y le había dicho que vivía en un “loft”.
Una mañana ella aceptó conocer el loft, con la íntima intención de quedarse con él. Tomaron un taxi y le extrañó cuando se detuvo frente a un taller mecánico en un barrio humilde. Francisco abrió una estrecha puerta metálica y entraron al taller, donde vio a dos mecánicos durmiendo en sendos automóviles en reparación; la hizo subir por una escalera caracol de hierro a un pequeño cuarto, donde lo esperaba su perro. Minutos después, antes que comenzara la actividad laboral abajo, Ivanna tomó otro taxi a su casa.
“No me decepcionó que fuera un hombre humilde de un humilde barrio del sur, sino que tantos meses aparentara tener una vida acomodada, como debe fingir desde hace años en las milongas”, lamentó ella, y aclaró: “Si me hubiera dicho la verdad, yo le hubiera propuesto ir a mi casa, en Palermo, que es más grande y confortable; pero parece que hasta él terminó creyendo su propia mentira y suponía que ahí estaríamos cómodos y en intimidad”.
Un maestro famoso que exhibe su estilo en giras por Europa, durante muchos años no pudo salir de Argentina porque no le otorgaban pasaporte debido a su prontuario -estuvo en prisión- hasta que gracias a un colega con contactos en el Ministerio del Interior obtuvo el documento. Durante los años de pobreza no podía pagar sus tragos y llevaba a las milongas una botella de agua mineral vacía que llenaba en el baño y mantenía sobre la mesa toda la noche. Caminaba decenas de cuadras hasta las milongas porque no tenía ni para el colectivo y quizás no compraba comida en su casa, pero siempre lució trajes costosos y finas corbatas, zapatos nuevos, peinado de peluquería y uñas tratadas por manicura.
Karina se destaca en las milongas por sus largas piernas -que luce mediante brevísimas minifaldas- amplios escotes que dejan al aire llamativos espacios de piel y prendas ajustadas que dibujan su generoso y erguido busto. Este cronista la encontró un mediodía y casi no la reconoció: Iba dentro de una gran camisola que caía floja sobre unos anchos pantalones oscuros, el cabello desordenado y zapatos bajos. Ni una curva, alguna prominencia o un pedacito de piel que recordara a la despampanante milonguera.
Ella confesó que ése era su vestir habitual. Que vive sola y su familia y amigos del día ignoran que tiene las prendas que viste para el tango. “Me daría vergüenza usar esa ropa fuera de la milonga, además mi familia es judía bastante ortodoxa y se escandalizaría -explicó-, pero en la milonga me siento cómoda y me gusta mostrarme bien femenina; si no, me sentiría un paso detrás de las otras, como me sentía antes de ‘hacerme las tetas’”. Doble confesión, claro que con la condición de no ser identificada.
Esta metamorfosis en la milonga puede ser espontánea y, por lo tanto, inofensiva, o intencional, basada en la vergüenza y el engaño, y hasta convertirse en mitomanía. Algunos lo saben y otros no, pero casi nadie está libre de este fenómeno, que se suma a las tantas aristas mágicas del tango.-
Por Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado en la revista "La Cadena", de Holanda, especializada en Tango)

martes, 13 de abril de 2010

UN LARGO Y TRISTE BOSTEZO


* (minicuento)
* A las cinco de la tarde de cada viernes, minutos más, minutos menos, el fin de semana comienza a gotear su tristeza sobre mi vida.
Es en ese momento cuando todos cerramos los cajones presurosos y levantamos nuestros campamentos burocráticos de papeles, fórmica y ordenadores.
Mientras los otros se despiden de la oficina con las sonrisas más amplias de la semana, ansiosos por llegar hasta los suyos, nosotros nos quedamos sin los nuestros. Cada uno sin el otro durante esos interminables dos días. Porque tú vas a los brazos de tu marido y yo a los de mi mujer.
Por Gustavo Espeche Ortiz
(1ª Mención Concurso de Microrrelatos "Viernes de Papel" - España 2007
Finalista I Concurso de Microrrelatos "Obra Social Caja de Ávila" - Publicado en libro del mismo nombre - España 2008)

viernes, 9 de abril de 2010

LA CUMBRECITA (Córdoba)



*El primer pueblo peatonal de Argentina*
El camino de tierra, marrón y polvoriento, aunque firme como para sostener la moto en marcha, parte hacia el oeste desde Villa General Belgrano y sube a más de 1.500 metros sobre el nivel del mar entre los pastizales agrestes de las Sierras Grandes del sur de Córdoba. Luego desciende un centenar de metros en suaves zigzags en los últimos cinco kilómetros que lo separan del río Del Medio, que atraviesa la pequeña aldea. Allí, el puente está bloqueado por un caballete con un cartel en la entrada del pueblo. El viajero desprevenido puede pensar que se trata de un piquete, aún en esa apacible y aislada comuna, pero el letrero dice “Peatonal”, porque es la entrada a La Cumbrecita, donde desde hace siete años no se puede ingresar en vehículo a motor.
Al llegar a ese punto de depresión entre los cerros se percibe en el aire un dejo de humedad, el paisaje ha cambiado y las laderas escarpadas están cubiertas por una variada vegetación de diversa altura, que para el otoño presenta un prisma que varía del verde musgo al ocre, pasando por tonalidades amarillas, rojizas y marrones -según las especies- con el fondo de grandes rocas grises, lilas y blanquecinas, y el río siempre azul, como el cielo que en él se refleja, con sus numerosas cascadas espumosas y varios arroyos.
La Cumbrecita es un típico pueblo tirolés, nacido de la mano de inmigrantes alemanes, y en 2003 se constituyó en la primera comuna peatonal del país. Para entrar hay que dejar el vehículo en una playa junto al puente, salvo los que van a algún hospedaje, a quienes se les permite pasar por un vado de cemento, pero sólo hasta el garaje de su hotel, de donde no pueden mover el automotor hasta abandonar la comarca. El pueblo está el final del camino sin nombre ni número que sale de Villa General Belgrano, a unos40 kilómetros, por lo que no vale la excusa –para entrar con vehículo- de tener que seguir hacia otro destino, ya que la calle principal que nace del puente cruza el vecindario y se desintegra después de unas diez cuadras en arterias menores que se bifurcan o convierten en senderos entre los cerros. Al recorrer esos caminos se encuentran opciones para todos los gustos: lugares históricos, como el hotel La Cumbrecita, que fue el primer edificio del pueblo, construido en 1935, o la iglesia, un típico templo de las aldeas bávaras; circuitos para cabalgatas, ciclismo de montaña y senderismo de diversa dificultad, que conducen a cascadas, arroyos, bosques y fuentes, y por ellos también se pueden subir cerros, como el Wank, con su monolito de piedra en la cima. Los más expertos pueden hacer rappel o escalada en varias paredes rocosas.
Quienes buscan relax tienen la opción de la pesca, que es “diferenciada” y obliga a devolver las piezas al agua, o pueden simplemente sentarse sobre una roca a contemplar el paisaje o descubrir que la superficie planchada de sus cursos de agua también se mueve, y es placentero tirarse sobre el pasto a contemplar ese lento paso.
Aunque en temporada baja hay pocos turistas y resulta ideal para aliviar el estrés o ir de Luna de Miel, los lugareños cuentan que en verano llegan hasta 30.000 visitantes por fin de semana, la mayoría sólo a pasar el día, ya que la capacidad hotelera de La Cumbrecita es de poco más de medio millar de camas.
Ése fue uno de los motivos que llevaron a las autoridades a vedar el acceso de vehículos, ya que generaban gran polución ambiental y sonora en sus estrechas y sinuosas calles y además impedían el movimiento de ambulancias o bomberos en casos de emergencias, en una zona de alto riesgo de incendio forestal. Ahora sólo circulan, en horarios restringidos, los vehículos de servicios públicos, de proveedores y de habitantes del pueblo.
Dentro de la villa, el lugar común de los turistas es un recorrido por la avenida Helmut Cabjolsky -el pionero, que llegó en 1934- y visitas a las típicas casas de té y masas estilo alemán; a los negocios naturistas, de los que emanan los aromas de los yuyos serranos, o a locales con recuerdos del lugar. Pese estos variados servicios y posibilidades a la vista, en el pueblo todos aseguran que nunca se propusieron crear un centro de turismo.
Después de varios días, hasta el más citadino se acostumbra sin nostalgia –aunque vale admitir que la experiencia duró menos de una semana- a caminar por la aldea y sus alrededores, intercambiar saludos con vecinos como si uno también fuera un lugareño y oír en el exterior sólo los sonidos de la naturaleza, originados tanto por animales, como por las aguas, las plantas o el viento.
Al momento de partir y retirar la moto de su letargo en el garaje, también uno se sobresalta con el primer rugido del escape y siente un poco de vergüenza cuando todos los transeúntes se dan vuelta a mirarlo.-
ageo
Por Gustavo Espeche Ortiz

(Publicado en el Suplemento Internacional de Turismo del diario La Razón - Argentina)