lunes, 29 de marzo de 2010

EL ÚLTIMO REINO DE PAUL BOWLES


*Reportaje a Paul Bowles*
Su vida transcurrió en islas, campos, transatlánticos y cerros, rodeado de artistas de las letras y la música, de la Generación Perdida primero y de la Beat después. En este reportaje, en su pequeño tres ambientes de Tánger, Paul Bowles hablaba como el último sobreviviente de una especie en extinción. En el oscuro y silencioso departamento, en permanente contacto con la música pero virtualmente retirado de la literatura, el autor de El Cielo Protector –o Un Refugio para el Amor, en su versión cinematográfica- hablaba poco, debido a la afección a la garganta que acabó con su vida, pero había desarrollado una increíble y contagiosa capacidad para comunicarse con gestos, sonrisas y miradas, tan bien como con las palabras. Éste fue su último reportaje:



Hace años que el timbre del departamento 20 del edificio Itesa, en el oeste de Tánger, no funciona y permanece tapado por una tela adhesiva reseca. El teléfono cortado desde antes, por voluntad de su solitario morador, impide concertar una cita con él, por lo que la única manera de entrevistar a Paul Frederik Bowles -para muchos el más grande escritor norteamericano vivo-, es apersonarse al cuarto piso y golpear la puerta. Su ama de llaves, Suet, una marroquí madura y joven aún, de tez blanca, rasgos delicados y abundante cabello negro, atiende en español y entra a consultar con Bowles, quien siempre recibe a las visitas, salvo escasas excepciones. Una de ellas, advierten los guías tangerinos, es si hay motivos políticos de por medio; otra, menos frecuente, puede ser la negativa de su enfermera personal, Nuria, quien en este caso concede sólo cinco minutos, porque su afección a la garganta no le permite conversar más que eso.
Bowles Nació el 30 de diciembre de 1911 en Nueva York y, como otros artistas norteamericanos, optó por autoexiliarse. El centro de su destierro fue, desde 1931 -en sus inicios como compositor musical- esa ciudad del norte de Marruecos, de la que luego sólo partió para viajar por diversas latitudes y siempre regresar.
Habla como si fuera el último sobreviviente de una especie en extinción. Recuerda que toda la generación de artistas a la que pertenece, como los amigos que conformaban su mundo personal, ha desaparecido. También habla con la nostalgia de ser el único escritor norteamericano que se afincó en el norte de Africa, en una aventura que no generó sucesores.
Llegó a Tánger a los diecinueve años, por consejo de Gertrude Stein, a quien conoció en París, junto a otras importantes figuras de las artes. Definía el calor de la ciudad como "el de un baño turco", frase común en muchos recién llegados, aunque a diferencia de éstos, para Bowles eso era algo "absolutamente delicioso".
- ¿Cuánto ha cambiado Tánger en estos 66 años?
Pide que repita la pregunta, hace pantalla con la mano en torno a su oreja para escuchar mejor y su expresión recupera años con una sonrisa nostálgica y juvenil que parece decir "¿y usted qué cree?".
- Completamente, ya no se la reconoce.
- ¿Cuál le gustaba más?
- Antes -responde con idéntica expresión- Todo era muy libre. Los precios era más bajos y la gente era más agradable. Todavía es agradable, pero todo ha cambiado, porque los que estaban aquí en el 31, cuando vine, están todos muertos. La de ahora es otra generación, más sofisticada, más europea y menos africana.
Era una respuesta de esperar, porque ya en 1947, al regresar a Tánger tras tres lustros de viajes por el mundo, comentaba en una carta a Charles Henry Ford que la ciudad estaba irreconocible. "Me ronda la sensación de no estar realmente en Tánger, está terriblemente cambiada y no puedo tratar de imaginar cómo era antes", decía a su amigo.
Su actual nostalgia por los muertos apuntaba entonces a quienes estaban vivos aunque ya no eran los mismos."La gente que conocía cuando estuve aquí antes ya son de mediana edad y padres de familia, y tengo tendencia a evitarlos", afirmaba ese año, poco antes de iniciar un viaje por el Sahara y comenzar a escribir "El Cielo Protector".
- ¿Es posible hoy, para extranjeros, americanos o europeos, vivir una aventura similar a la que usted describe en El Cielo Protector?
- ¿Por qué no? Uno puede escribir sobre lo que le da la gana. Es cuestión de imaginación.
La pregunta queda flotando tras su evasiva, ya habitual cuando le sugieren que su obra más trascendente es autobiográfica. Bowles siempre aclaró que sus personajes son ficticios, salvo los de la novela "Déjala que caiga".
- Sí, un producto de la imaginación pero absolutamente realista, con hechos y situaciones que usted vivió, vio o al menos eran factibles en el Magreb de aquellos años, y que quizás ya no existen. Déjeme preguntarle entonces si es posible que alguien tenga hoy iguales vivencias y, con imaginación, escriba algo tan creíble y real como aquello?
- No. La historia no se repite -sentencia-. Todo cambia y sigue la carretera de la historia. Aunque... -hace una pausa, reflexiona un momento y, con una nueva sonrisa contagiosa, agrega- quizás sí, ¿por qué no?
- ¿Puede entonces que en estos momentos un hombre esté besando a la mujer de un amigo en un tren que corre por el norte de Africa?
- Puede que sí -responde de inmediato, entusiasmado, como si hubiéramos iniciado un juego de posibilidades-. Y también puede que eso no ocurra, pero que alguien sí escriba una historia que contenga esa situación. Aunque ahora los trenes son eléctricos y no se llenan de humo como en la novela -añade divertido.
- Usted conoció a la Generación Perdida, cuando "París era una Fiesta", y mantuvo lazos con todas las generaciones posteriores de escritores. ¿Qué opinión tiene de la literatura actual?
- ¿De algún país o del mundo en general?
- En general.
- Siempre hay gente de gran talento. Todavía -afirma, pero no parece muy convencido.
- ¿Puede mencionNegritaar algunos?
Esta vez no responde, pero con sonrisa de disculpa y complicidad a la vez, Bowles mueve sus manos como diciendo "¿me entiende?". Se entiende.
- ¿Prefiere no hacer nombres?
- Sí. Además no leo mucho desde que estoy enfermo. Pero ocurre que los buenos escritores se han muerto. Por eso tampoco puedo hacer nombres.
- ¿Eso significa que no hay buenos escritores vivos?
- No. No digo eso. Pero si tengo que hablar, por ejemplo, de su país, como buenos escritores que yo conozco, debo empezar por Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. Y los dos se han muerto últimamente. Pero no quiero descalificar a los nuevos, porque seguramente hay otros nuevos y buenos, aunque yo no he leído las obras recientes.
- ¿Y en cuanto a la literatura en el Magreb?
- Cuando yo llegué aquí no había literatura. No hacía parte de la cultura marroquí. Nadie escribía novelas o cuentos. Casi nadie sabía escribir. Era un país casi completamente analfabeto. Ahora ya no, pero todavía necesita mucho progreso para llegar al nivel de los países europeos.
- ¿Necesitan los marroquíes, en tanto africanos, parecerse a europeos?
- Creo que sería bueno por su propia cultura. No digo que se conviertan en una copia de Europa, porque a mí Marruecos me gustó siempre africano y no europeo. Me refiero a que puedan elaborar una literatura con el mismo nivel y trascendencia que la europea.
- ¿Es eso posible?
- Resulta muy difícil. Porque aquí hay una pobreza enorme, y para que un niño vaya a la escuela su familia tiene que tener dinero, y hay pocas familias que tienen suficiente dinero para mandar a sus hijos a la escuela. Tal vez muchos los puedan mandar un año o dos, pero no sirve, no vale. La educación toma doce o quince años, o más, y acá siempre se interrumpe o ni siquiera se inicia. Por eso se produce y se consume poca literatura en estos países.
- ¿Cuál es el motivo que lo lleva a permanecer en Marruecos?
- ¿Desde el punto de vista económico? Porque la vida es más barata.
Bowles parece disfrutar atribuyendo siempre su estadía en Marruecos a los bondadosos precios locales, pero no convence. Si bien tanto en 1931 como en su primer regreso tras una larga ausencia, en 1947, ya alababa el bajo costo de la vida, no es convincente porque en ambas oportunidades también definía a Tánger como un lugar perfecto para vivir, una ciudad demasiado bella para describirla con palabras e imposible de hallar aún en un sueño, y porque pese a su expulsión de Marruecos en febrero de 1958, por su postura política en su obra "La Casa de la Araña" (1955), en cuanto pudo volvió y se reinstaló en la ciudad.
- Me refería a lo afectivo.
- Bueno, eso es algo que depende estrictamente del individuo, como todo lo afectivo -ríe amablemente, como despreocupado de lo convincente que pueda resultar esta respuesta, que convence más que la de orden económico, especialmente porque alguna vez él dijo que nunca había pensado vivir en Tánger "pero por alguna razón he permanecido aquí, quizás porque aquí se puede obtener todo lo que uno quiere".
Un momento después amplía la respuesta:
- Me gustó Marruecos y estaba casado, y a mi esposa le gustaba vivir aquí, hasta que cuando enfermó dejó de gustarle, porque prácticamente no existían médicos aquí, y aún hoy hay pocos. Cuando ella estaba viva no había médicos, y ella murió hace 24 años- Recuerda con gesto agotado. 
Bowles se casó en 1938 con una escritora desconocida, Jane Auer, que a los 20 años escribió su primer libro, "Dos Damas Serias", publicado en 1943 con su apellido de casada. El segundo y último fue "Placeres Sencillos". Él en esa época sólo componía música y ella lo incentivó en la creatividad literaria y en 1947 Bowles publicó su primer cuento, "El Escorpión", y luego el libro "Episodio Distante". A partir de allí el escritor nació para el mundo.
El matrimonio albergó en sus distintas casas de Tánger a numerosos artistas, entre ellos William Burroughs, Francis Bacon, Patricia Highsmith, John Hopkins, Truman Capote y hasta los Rolling Stones, además de los mencionados Stein y Henry Ford. La relación entre Paul y Jane fue siempre abierta, llegaron a vivir en departamentos separados en un mismo edificio, o viajar en forma independiente y mantener otros vínculos, como el de ella con la marroquí Cherifa y el de Bowles con el joven camarero Smail Abdelkader.
En 1957, a los 39 años, Jane sufrió un derrame cerebral y se desató una prolongada angustia de tratamientos e internaciones que culminó en un instituto de Málaga, donde murió el 4 de mayo de 1973, una hora después que Paul la visitara por última vez.
Hace casi cincuenta años Bowles sostenía que Nueva York le resultaba "insoportable, quienquiera que fuese el anfitrión de las cenas". Más tarde aseguraba que cada vez que volvía a Estados Unidos le parecía que era el lugar donde menos le gustaría vivir.
- Usted estuvo recientemente en Estados Unidos. ¿No le gustaría quedarse a vivir allí ahora?
Su criterio parece no haber cambiado con el tiempo.
- Estuve hace poco más de un año, por una semana. Antes, también en el 95, estuve dos veces por cuestiones de salud. No, no me gustaría quedarme. La última vez fui porque, como antes de dedicarme a escribir era compositor y mantengo el gusto por la música, y habían algunos conciertos en Nueva York, quería verlos. Eran los mejores de Nueva York y tuvieron lugar en el Lincoln Center, que es el mejor lugar para la música. Sus salas son las más grandes y cómodas. Me quedé exactamente seis días, para ver los conciertos, y volví.
- ¿No le gustó Nueva York?
- Sólo por la música. En realidad no me dediqué a ver la ciudad. Iba del hotel al Lincoln Center, y de vuelta al hotel, en automóvil. Así en cada concierto. No salí a comer a ningún restaurante ni he visto nada de Nueva York.
- Habla como si no le gustara.
- No me gusta. He conocido Nueva York cuando era una buena ciudad, pero de eso hace ya muchos años.
El diálogo se interrumpe. Al dormitorio -en el que Bowles parece haber impuesto el lenguaje de los gestos, las sonrisas y los movimientos- entra Nuria, la enfermera, y con su mirada y una inclinación suave de la cabeza obliga a mirar el reloj y comprobar que los cinco minutos concedidos se han excedido largamente.
Bowles la mira como un niño al que se le acabó la hora de los juegos, pero no se queja. Todos sonreímos y cada uno sabe qué debe hacer. También Suet se dispone a dejar del departamento y, con un negro chador musulmán y gruesos anteojos esconde su cabello y su belleza. El cambio la envejece una década.
Antes de salir a la calle Campoamor, se escucha hablar en español a la enfermera y el escritor que sostenía que siempre era más feliz en un lugar donde no hubiera estado antes, pero siempre recaló en Tánger, y que hace 24 años, tras la muerte de su esposa, escribió que ya no había nada que lo retuviera en esa ciudad,"salvo la costumbre".-
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Por Gustavo Espeche Ortiz
(Publicado en el suplemento de Cultura del diario "La Prensa", de Buenos Aires)

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