Todo es blanco, hasta el aire, cuando la harina cubre rostros y ropas e
iguala a todos en la Chaya
riojana, un carnaval en el que se olvidan diferencias sociales y personales y,
con una ramita de albahaca en la oreja, se festeja la llegada del Pujllay, el
ancestral dios de la diversión en la provincia, con música, baile y alcohol,
sin ataduras.
En estos encuentros que se replican en las tardes de carnaval en pueblos y barrios, no hay disfraces -sólo alguna que otra máscara o peluca y siempre las hojas de albahaca en la oreja-, pero sí caras cubiertas de pintura y, además, buena parte de los participantes queda irreconocible bajo la harina que vuela o es arrojada al aire o al cuerpo.
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Hoy, aunque no se descartan esos resultados, los topamientos y la chaya
se asemejan a corsos, el trigo fue reemplazado por la harina, el agua de azahar
por la espuma en aerosol y se le agrega el papel picado.
Últimamente también se utiliza pintura, que puede ser témpera o betún
de calzado, con la que algunos cubren su rostro o se lo pintan a otros, siempre
del sexo opuesto, al toparse con ellos.
Sin embargo, los más tradicionalistas rechazan la pintura, por
considerar que no tiene que ver con el origen de esta festividad. Justamente, en una de
las chayas que se arman en casas particulares con amplios patios o parques, su
organizador Kike Álamo advirtió a los presentes desde el parlante: "Acá,
cero pintura, eh... ¿qué tiene que ver la pintura con nuestra tradición? La
chaya es sólo agua, harina y albahaca... ah, y vino".
Fuentes de turismo de la capital riojana informaron que para esta chaya
otorgaron entre 300 y 400 permisos para armar topamientos y chayas, que son sin
fines de lucro y pueden ser pequeños, casi familiares o de la cuadra, y también
multitudinarios, con improvisados escenarios donde todos pueden subir a tocar y
cantar.

A medida que uno se acerca al lugar empieza a recibir puñados de harina
en la cara, el pelo o la espalda, y chorros de espuma en forma directa o que
caen como copos de nieve y pronto es uno más de los chayeros teñidos de blanco
que festeja en la calle.
En las chayas callejeras vale el uso de pintura y los participantes se
pintan a sí mismos o la pasan por el rostro otros dejando su huella.

"Todos somos iguales", repiten los riojanos durante la chaya,
y nadie queda al margen, porque bailan, cantan y se divierten hombres y
mujeres, desde los más mayores hasta niños que son llevados aún en brazos o
sobre los hombros y, para imitar a los grandes, arrojan sus primeros puñados de
harina.


La del Camión de Germán fue superada en número por la chaya de la Estación , aunque ésta
debió suspenderse precisamente porque con sus 14 mil participantes sobrepasaba
el número autorizado para esas reuniones.
En esas chayas hay números en vivo de distinto nivel, la música
ensordece y a veces es coreada por la gente que salta, baila y se abraza, o
camina entre la muchedumbre abriendo surcos que se cierran de inmediato,
mientras explosiones de harina brotan constantemente de la multitud formando
una densa nube que precipita lentamente.

Un vecino contaba casi a los gritos en medio del bullicio que "la
gente que chaya baila, brinda, se emborracha" y, consultado hasta cuándo,
respondió que "hasta que el cuerpo no da más, hasta que dice basta y hasta
que empieza a soñar con la llegada del próximo carnaval".
El Camión de Germán fue objeto de un carnavalito que lleva ese nombre,
creado por el artista local Pica Juárez, que fue grabado por Sergio
Galleguillo, dos de las figuras que actúan en el festival chayero que se
realiza en las noches en el autódromo municipal.
Esta fiesta oficial, en la que se cobra entrada, es más un espectáculo
de escenario para ver que para participar, aunque la gente no deja de arrojar
harina y papel picado y seguir bebiendo como durante la tarde. En estos días,
hay quienes se van a dormir al amanecer, después del festival, y se levantan al
mediodía para continuar en alguna chaya callejera o particular.


La chaya tiene origen precolombino, cuando los
indígenas festejaban el fin de la cosecha -se dice que como no conocían el
trigo, arrojaban maíz- para agradecer a la Pachamama y desenterraban al Pujllay, que era su
dios de la diversión, representado e un muñeco que hasta hoy es quemado al
finalizar el carnaval.-
Por Gustavo Espeche Ortiz
Publicado en la Agencia de Noticias Télam
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